El principio del ‘Fin’

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El principio del ‘Fin’

La novela ‘Fin’ ha sido uno de los fenómenos editoriales más singulares de los últimos años en España. Primero porque estamos hablando de un autor novel (David Monteagudo), de vocación tardía (la descubrió a los 40 años) y de pasado proletario (trabajó en una fábrica de cartones desde los 13). Segundo porque es una novela de género, de vocación comercial, editada por una editorial, Acantilado, que destaca por publicar todo lo contrario. Tercero porque suscitó una favorable unanimidad crítica (que si una relectura apocalíptica de ‘El Jarama’, que si un Cormac McCarthy a la española), que luego fue rebatida con saña por cientos de comentarios en internet (que si un nuevo hype como Zafón, que si peor que Dan Brown). Y cuarto porque, con una rapidez insólita para una novela española, ya está preparada la adaptación cinematográfica (se estrena el 23 de noviembre, con Amenábar como productor y el debutante Andrés Velencoso en el papel de Hugo).

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¿Revelación o timo? Pues, ni una cosa ni la otra. Estoy de acuerdo con los detractores en que muchas de las comparaciones y halagos son bastante exagerados. Que algunos diálogos, en su forma y contenido, suenan más falsos que las discusiones de un judge show. Y que ciertos recursos, como el abuso de los puntos suspensivos, pueden poner de los nervios a más de uno. Pero también es cierto que la habilidad del autor para salir airoso en la trascripción de las conversaciones entre muchos personajes, a veces seis o siete a la vez, es digna de elogio. En un tono de drama costumbrista y generacional, los diálogos entre este grupo de amigos que se reencuentran 25 años después fluyen con admirable facilidad, caracterizando de forma muy precisa a los personajes y ayudando a tejer una trama que, poco a poco, derivará hacia la ciencia ficción apocalíptica y metafísica.

Más que a la referencia obvia (y coyuntural) de ‘La carretera’, el debut de Monteagudo recuerda a un cruce entre la fórmula ‘Diez negritos’ de Agatha Christie, las novelas de Stephen King (sobre todo ‘El cazador de sueños’) o Ray Bradbury, y las historias de la serie ‘The Twilight Zone’. Eso sí, con un toque “posmoderno” que intenta evitar las soluciones “prosaicas” de sus modelos. Una peripecia emocional y una búsqueda de sentido en un paisaje ¿mental? al que Monteagudo responde con una palabra: FIN. 7.

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