Abogando por un absurdo «o todo o nada» consecuencia de la tragedia sucedida en el Madrid Arena, el ayuntamiento de la ciudad no sólo sobreactuó en cuanto a medidas de seguridad para la celebración del San Miguel Primavera Club, sino que además, se organizó mal. En lugar de cerrar todo el Matadero, como sucede por ejemplo el Día de la Música, se desplegó un dispositivo de seguridad a las puertas de cada escenario. ¿Resultado? Cada vez que se pasaba de una nave a otra, los fumadores salían a fumar o a tomar el aire, había que enseñar el DNI, la bolsa y ser cacheado, lo que produjo largas colas especialmente durante las primeras horas de festival. Largas colas también para comprar tickets, en este caso con el aliciente de poder seguir (más o menos) el concierto mientras esperabas, y en los baños de chicos y chicas. En el escenario cuyo aforo había pasado de 800 a 100 personas ni lo intentamos, pero ver las sillas que había colocadas en Instagram era desolador. Sabor a último año definitivamente y de manera absurda, cuando estamos hablando de un festival de excelente selección musical, muy necesario en una ciudad como Madrid y que además colgaba el «sold out» con semanas de antelación en tiempos de crisis. Ojalá nos equivoquemos.
Poco después de las seis y media de la tarde Toy saltaban al escenario para presentar su debut, los cinco inencontrables detrás de sus largas melenas (sólo vimos la cara de su teclista, la española Alejandra Díez, que parecía tener un par de amistades o fans muy fans en frente). Con un sonido mucho mejor de lo esperado, el grupo desgranó canciones tan acertadas en su repertorio como ‘My Heart Skips A Beat’ o la intensa ‘Dead and Gone’, que sonaron distorsionadas y traumáticas en su justa medida: logrando envolver a la audiencia en sus siniestros ambientes, pero sin acoples ni tampoco excesos. Hay discos interesantes de directo nefasto y hay discos no tan interesantes pero de directo tan bien resuelto que dan ganas de seguir los pasos del grupo. El de Toy pertenecería a este último bando.
Deerhoof ofrecieron un concierto de grandes contrastes. Por un lado estaban sus pintas coloridas (uno de sus miembros actuó con una camisa llena de chorreras y volantes) y la energía de su líder Satomi Matsuzaki, que no para de bailar y saltar como si tuviera 11 años y estuviera en los 25 minutos de recreo. Por otro estaba su música, claro, de restos hardcore, guitarrazos y baterías que gritan y se cortan de manera constante. Divertidos de ver durante los primeros minutos, algo cansinos al cabo de una hora, los sustitutos de Cat Power se salvaron por lo apañado de canciones como ‘Fête d’adieu’, lo pegadizo de cortes como ‘Panda Panda Panda’ y sobre todo por su simpatía. En varias ocasiones aprovecharon para hablar en castellano y decir chorradas como «público grande» o «yo soy feliz». Algo infalible para amenizar un repertorio, paradójicamente, algo plano.
Para presentar un disco con un título como ‘Blues Funeral‘, la banda de Mark Lanegan abogó por una puesta en escena sombría, en la que de hecho todos los miembros tocaron vestidos de negro. Lo malo es que el sonido también fue bastante oscuro en el peor sentido de la palabra y la voz de Lanegan no terminaba de llegar al público con la contundencia de un crooner (y mucho menos sus letras). Normalmente inmóvil frente a su micrófono, Lanegan no se acercó al desastre o a lo siquiera decepcionante, pero es destacable que en canciones como ‘Harborview Hospital’ brillaran más los punteos de guitarra que él, produciendo un efecto algo frustrante. Lo mismo sucedió en la apetecible ‘Metamphetamine Blues’, cuando la base pregrabada dejó prácticamente todo en segundo plano. Aun así, merece la pena quedarse con el recuerdo de momentos tan preciosos como su versión de ‘Creeping Coastline Of Lights’ o ‘Bleeding Muddy Waters’.
Suspendido Cat Power, Swans eran la atracción principal del San Miguel Primavera Club. Su directo en el festival madre es recordado por todos los que lo vieron, y además ahora vienen para presentar el notable ‘The Seer‘, un disco capaz como pocos de establecer una relación con el oyente que podríamos intentar traducir en palabras como «de salvajismo», violencia, desahogo, complicidad, o, finalmente, obsesión. El grupo se subió al escenario no con mucho retraso algo después de las 22.00, pero el show no pudo empezar hasta varios minutos más tarde, aparentemente debido a un problema de sonido no demasiado perceptible para el público pero sí para un muy cabreado Michael Gira.
Que la gente sabía a lo que iba no sólo lo mostraron los tapones repartidos a la entrada o el cartel «aforo completo» que se colgó mientras aún tocaba Mark Lanegan. Desde antes incluso de empezar se escucharon alaridos entre el público, un precedente de los que todos los miembros de Swans produjeran también al término de uno de los cortes de su repertorio.
El grupo, en cambio, había decidido empezar en pequeño, con la tímida y casi bonita ‘To Be Kind’, como es habitual, con el protagonismo absoluto de Michael Gira. Pero el bajista Chris Pravdica tenía ganas de apretar los dientes para aporrear su instrumento y pronto llegó ‘Avatar’, donde la banda ya desplegó todo su arsenal de ruido y distorsión. Era tan fascinante observar al percusionista como salido de una película del medievo Thor Harris, como ver tocar al batería Phil Puleo y al guitarrista Norman Westberg completamente impasibles, como si todo lo que estaban transmitiendo al público no fuera con ellos.
Mención aparte mereció el público. Mientras a los samplers, pedales y efectos, un sentado y paciente Chistoph Hahn aguantaba sonriente los gritos del público tipo «¡¡polla de acero!!», algunos optaron por darse cabezazos contra los bafles o fingir que se los daban. Hubo un poco de tontería, quizá favorecida por el exceso de luz en la sala, que dejaba demasiado espacio para el protagonismo del pueblo y poco para la introspección y la tormenta (aunque hacía un frío de la hostia), pero poca pega puede ponérsele al magnífico grupo, que apabulló en temas como ‘Coward’, cuya letra, por cierto, se transparentaba sujeta a un atril que Gira, en realidad, ensimismado, no llegó a mirar ni de reojo.
El sonido de Ariel Pink y sus Haunted Graffiti tuvo mucho más brillo que el de su predecesor en la Nave 16, Mark Lanegan. Aunque su puesta en escena fuera de lo más sobria y Pink estuviera más comedido de lo que se podría esperar, muy centrado en controlar sus efectos vocales, desgranaron con eficacia una buena selección del aún reciente ‘Mature Themes‘, entre las que destacaron la propia ‘Mature Themes’, ‘Pink Slime’, ‘Is This The Best Spot?’ u ‘Only In My Dreams’, más algún rescate del gran ‘Before Today‘ como ‘Fright Night (Nevermore)’ o ‘Menopause Men’. Sin embargo, la energía del grupo fue disipándose con el avance de los minutos como si de una bebida con gas se tratase. La extensísima ‘Nostradamus & Me’, por ejemplo, fue un momento ideal para ir a echar un pis, regresar y ser perfectamente consciente de no haberte perdido nada glorioso.
Las greñas han sentado muy bien a The Vaccines, especialmente a su líder. Donde en el Dcode vimos a una especie de pringado recién salido del NME (encantador, pero pringado al fin y al cabo) que se movía con torpeza por el escenario, ahora vemos a una superestrella que ha ganado un 100% de confianza y sabe servirse de su pelo y su guitarra para transmitir la energía que contienen sus canciones. Es lo que dan los discos de platino y los números 1.
Como era de esperar, The Vaccines sortearon sus singles a lo largo de la hora que duró su set, dejando caer ‘Wreckin’ Bar (Ra Ra Ra)’ en segundo lugar, y posteriormente tocando ‘A Lack of Understanding’, la nueva ‘Teenage Icon’ (tan buena que resulta digna de su debut), ‘Post Break-Up Sex’, ‘Blow It Up’ o ‘If You Wanna’. Todas ellas fueron ampliamente coreadas gracias a la grandiosidad adolescente de estribillos como «I’m no teenage icon, I’m no Frankie Avalon», «it’s alright if you wanna come back, it’s alright» y todos los demás, que teníamos nuestras dudas sobre cuánto podrían calar frente a un público tan serio como el del Primavera Club. Aunque habrían convencido incluso más si el sonido hubiera sido más contundente que correcto… Raúl, Sebas.