Lana del Rey, la superestrella

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Lana del Rey, la superestrella

lana-granDespués de haber asistido a cientos de conciertos y haber aprendido algo sobre las mejores formas para aparecer sobre un escenario ante tus fans, no pensé que pudiera sorprenderme el arranque de ningún show. Lana del Rey, en una sala modesta para una «superestrella» como es La Riviera de Madrid, con capacidad para algo menos de 3.000 personas, no podía romper demasiado los esquemas, pero siempre hay algo mejor que cualquier parafernalia, y en este caso fue un comienzo con un tema como ‘Cola’, que implica que toda esa masa de gente va a corear a gritos y a la vez, junto a la artista, la frase «my pussy tastes like Pepsi Cola». ¿Qué podía salir mal después de eso?

Lejos, completamente olvidados, quedan los días en que ‘Born To Die‘ salía al mercado y recibía varapalos de la crítica especializada -nunca en nuestro site, desde luego-. Lejos también aquellos días en que se ridiculizaba la actuación de la cantante en Saturday Night Live inundando la red de gifs e imitaciones muy bastas. Apenas un año después Lana del Rey ha reforzado su imagen inspirada en la época dorada de Hollywood, se ha creído su personaje si es que este puede ser concebido fuera de ella misma, ha cerrado un conjunto estético creíble, vendible y atractivo, y todo ello ha sabido transmitirlo en su set, que, por cierto, con la tontería y contando sólo con un disco y medio, es más consistente que muchos, desprendiéndose de ‘Blue Jeans’ y ‘Born To Die’ seguidas en tercer y cuarto lugar; y dejando ‘Ride’, ‘Summertime Sadness’ y ‘Video Games’ para el final, con curiosidades intermedias como ‘Blue Velvet’, una versión de ‘Knockin’ On Heaven’s Door’ o el tema para la banda sonora de ‘El gran Gatsby’.

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En directo nadie debería esperar una Del Rey practicando coreografías elaboradas o planeadísimos movimientos; pasea con elegancia más que baila -provoca delirios cada vez que se toca la falda- mientras se enciende un cigarro («sé que no puedo fumar, pero necesito uno», indicó en castellano antes de dar tres caladas y apagarlo después de ‘Ride’) o deja cantar alguna frase a sus fans. Ese esfuerzo por conectar con el público, sobre todo con las primeras filas, es la única pega que se le podría poner a un show que no resplandeció como lo habría hecho en un teatro, pero sí sonó más que correcto gracias a un técnico decente, al buen estado de su voz y a una banda de casi diez músicos -cuarteto de cuerda femenino incluido-. Además, cuando no llegabas a oír a la cantante, sepultada por los histéricos, vestía bastante una puesta en escena que pegaba especialmente en esta sala «Riviera», a la que Lana sumó un par de palmeras más, candelabros y leones, delante de las proyecciones de sus conocidos y comentados videoclips, junto a algún sencillo pero vistoso montaje extra.

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¿Es una obviedad el titular de esta crónica? ¿En qué mundo nos movemos? ¿Recordamos que marcas como H&M han hecho más por Lana que la cutrez de una radiofórmula que se ha negado a pinchar sus canciones incluso en Reino Unido y Estados Unidos? Mientras la banda interpretaba un reprise eterno del último tema, ‘National Anthem‘, esa canción que mi vecino no deja de cantar a capella de pe a pa cuando cree que nadie le escucha, ella firmaba de todo en las primeras filas y recibía regalos. Fueron 15 minutos en los que no podía dejar de pensar: «¡qué llana es!». Algo que sólo se piensa de las que no lo son en absoluto. Fue lo mismo que cuando Nancy Sinatra se bajó del escenario de un teatro de la Gran Vía para entonar ‘These Boots Are Made For Walking’ entre el público y con las luces encendidas. Esa es la liga a la que apunta Lana. It’s a fact. Kiss, kiss. 8,5.

Foto: Live Nation.

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