‘The Lords of Salem’: La gran blasfemia de Rob Zombie

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‘The Lords of Salem’: La gran blasfemia de Rob Zombie

lords_of_salem_‘The Lords of Salem’ es la mejor película del sobrevalorado -por lo menos entre los incondicionales de Sitges- Rob Zombie; la mejor y la más personal. Como es habitual, su guión es un desastre: un refrito -otro más- del género de terror, esta vez del subgénero de terror satánico. Los ingredientes de la pócima son evidentes: un poco del Carpenter de ‘El príncipe de las tinieblas’ (1987), un mucho de ‘La semilla del diablo’ (1968) –esas siniestras vecinas – y unas gotas de Argento (‘Suspiria’), Ken Russell (‘La guarida del gusano blanco’) y Kenneth Anger (‘Lucifer Rising’). En resumen, una fritanga posmoderna servida en bandeja aceitosa por la mujer de Zombie, la muy limitada actriz Sheri Moon, que hace su primer papel protagonista.

¿Cómo ha conseguido Zombie hacer un plato tan diabólicamente apetitoso con esos componentes? Igual que las brujas protagonistas: aderezando su mejunje con una puesta en escena capaz de hacernos llevadero el comistrajo que nos estamos tragando. El ex líder de White Zombie demuestra ser un excelente creador de atmósferas y un superdotado artífice de iconografías satánicas. La manida historia de brujería que narra la película es una mera excusa para que el director realice su particular invocación al demonio, una serie de escupitajos sacrílegos que recogen gran parte de la tradición de lo satánico en las artes visuales.

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Tras un prólogo donde asistimos a un aquelarre de las célebres brujas de Salem, la película adquiere un evocador tono lúgubre y mortuorio. Zombie pinta la ciudad de Massachusetts de una tonalidad grisácea en consonancia con el estado de ánimo de los solitarios y tristones protagonistas: Sheri Moon y sus dos compañeros de una emisora de radio local. Los pasillos de un siniestro bloque de apartamentos, un paseo por un otoñal cementerio, la vuelta a casa por unas calles nocturnas y solitarias…

Pero, poco a poco, con la aparición de un investigador de temas ocultistas y la llegada a la emisora de un extraño disco en vinilo, la película irá despojándose de esa carcasa fúnebre, de ese melancólico goticismo, para adentrarse con furia metalera en universos construidos a golpe de imaginería satánica. Rush, la Velvet Underground, Bach o Mozart ponen música a una semana (santa) diabólica, un desfile de retablos barrocos tallados por el anticristo, representaciones de lo demoníaco que parecen imaginadas por la mente de Aleister Crowley o Anton LaVey.

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‘The Lords of Salem’ es excesiva y grandilocuente, bordeando el ridículo en más de una ocasión. Pero la fuerza de sus imágenes oníricas, el oscuro atractivo de sus composiciones, consigue que entremos en ese universo como quien admira los videoclips “satanistas” de Floria Sigismondi: fascinados por esa perturbadora mezcla entre atmósferas inquietantes, imagineria kitsch e iconografía blasfema. 7,5.

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