Decía Jerry Bruckheimer en una entrevista reciente (bueno, él o su ego, que viene a ser lo mismo) que dentro de unos años la gente redescubrirá ‘El llanero solitario’ como la obra maestra que realmente es. Que pasado el tiempo suficiente el público y sobre todo la crítica reconocerán su error como ya hicieron con títulos como ‘El mago de Oz’, ‘Qué bello es vivir’, ‘Blade Runner’ o ‘Flashdance’, todas destrozadas en su estreno y ahora consideradas clásicos indiscutibles.
Claro que un productor es como un padre: nunca tiene hijos feos. O al menos nunca lo reconocería en público. Lo sorprendente es que esta vez el progenitor no anda tan equivocado como parece, y si bien es verdad que su retoño no está como para ganar un concurso de belleza, tampoco debería tener problemas para encontrar pareja cuando crezca. Por decirlo de otro modo: la película no está tan mal.
Al menos no tanto como era de esperar después de leer las críticas publicadas en medios internacionales y que tanto enfadaron a Johnny Depp, que acusó a la prensa de haber iniciado una campaña contra la producción desde que se anunció el comienzo de la misma al estilo de lo que pasó con ‘Guerra Mundial Z’. La diferencia es que ‘El Llanero Solitario’, de momento, está muy lejos de repetir el éxito en taquilla del filme de Brad Pitt (el mayor blockbuster de su carrera). En cualquier caso queda claro que las expectativas, a la inversa, también funcionan.
Lo digo porque con más morbo que ganas antes de verla, reconozco que la predisposición a salir de la proyección muy enfadado era alta. Para empezar nunca le encontré la gracia a la saga ‘Piratas del Caribe’, por lo que saber que detrás de esta actualización del legendario serial radiofónico estaba el mismo equipo creativo de aquella, con el director Gore Verbinski a la cabeza, no era ninguna garantía. Además el género del western, salvo contadas excepciones, tampoco me ha dicho nunca nada. Y encima Johnny Depp parece abocado a repetir el mismo papel bajo distinto disfraz. Una combinación explosiva.
La sorpresa llega cuando al comenzar la película, sin saber muy bien cómo, te metes de lleno en ella y, digo más, hasta la disfrutas. A ello le ayuda mucho un prólogo clásico en el cine de aventuras en el que un niño encuentra a uno de los protagonistas ya mayorcete y le pide que le cuente su historia. Un recurso que, mira tú por dónde, le da consistencia a un relato más infantil de lo deseado que se alarga, y vaya si se alarga, durante dos horas y media llenas de guiños a clásicos al género que rozan el refrito con algún que otro gag acertado.
Un metraje excesivo para una historia para críos que ganaría mucho con sesenta minutos menos y, por supuesto, con un protagonista más carismático al que el antifaz no le quede grande. Y es que por mucho que se esfuerce el pobre Armie Hammer, entre un guión que le obliga a ser más cómico que héroe, unas escenas de acción con vocación de feria, y un Johnny Depp excesivo incluso cuando está contenido y callado, no alcanza el estatus de icono que hace que los chavales se mueran por imitarle en casa. Y eso, para un personaje que en su día con sólo un grito salido por la radio ponía los pelos de punta, es un delito imperdonable.
Lo digo porque al salir del pase de prensa se me ocurrió decir en voz alta que me la esperaba mucho peor y alguien me contestó muy enfadado que lo único que podría ser peor habría sido tener que haber estado mirando una pantalla en blanco durante 150 minutos. ¿Cómo era eso de los culos y las opiniones? 5