Algo pasa con Hollywood. No es casualidad que Steven Soderbergh anunciara hace unos meses que dejaba el cine -por “el horrible trato que reciben los directores por parte, no solo de los estudios, sino también de quien financia la película»- y que haya dirigido el telefilme ‘Behind the Candelabra’, un guión despreciado por todos los estudios.
Tampoco es casualidad que en el pasado 2013 la cosecha de ficción televisiva -‘Breaking Bad’ (¿no es ‘Ozymandias’ lo mejor que se ha visto en una pantalla el año pasado?), ‘Girls’, ‘Masters of Sex’, ‘House of Cards’, ‘Bron/Broen’…- haya dejado en ridículo a la gran mayoría de películas salidas de la antigua “fábrica de sueños”. Es curioso -¿y profético?- comprobar cómo una de las mejores películas hollywoodienses de 2013, ‘Gravity’, tiene más que ver con el cine como atracción de feria, como sofisticado artefacto dedicado a zarandear los sentidos, que como relato cinematográfico. ¿Ha dejado Hollywood de narrar historias?
La tele no, y un ejemplo es ‘Behind the Candelabra’. El término “telefilme”, que siempre tiene algo de peyorativo, se queda pequeño para catalogar esta película producida por la HBO. Si se hubiera estrenado en cines, estaría seguramente compitiendo en los Oscar en muchas categorías (y ganando en varias). No es de extrañar que en el pasado festival de Cannes estuviera en la sección oficial, ni que haya arrasado en los Globos de Oro.
Protagonizada por un inmenso Michael Douglas y un valiente Matt Damon (a ver qué estrella masculina actual se atrevería a hacer un papel así), ‘Behind the Candelabra’ cuenta la relación sentimental que mantuvieron el divo (o reinona) del piano Liberace (leer “liberachi”) y el joven rubiales Scott Thorson. Una apasionante historia de amor, de inquietantes desviaciones pigmalionianas (cirugía mediante), que le sirve a Soderbergh para hacer un retrato de un hombre complejo, desmesurado y lleno de contradicciones.
Pero más interesante que la crónica de este tormentoso romance, que en algunos momentos peca de plana y algo insulsa, es el retrato que hace el director de un mundo que está por llegar. Por medio de un fantástico diseño de producción y una extraordinaria labor de vestuario y maquillaje, Liberace es presentado como un pionero, alguien que, de forma intuitiva, como una proyección de su personalidad, dio forma a la estética queer cuando no se conocía lo que era (Liberace era visto como un excéntrico showman heterosexual), cuando solo los más “iniciados” (esa pareja de jóvenes rodeados de abuelos en Las Vegas) eran capaces de captarla. La desmesura como refugio contra el miedo a la soledad. Las plumas y las pelucas como elementos de distracción contra el envejecimiento y los prejuicios sociales. 8.