‘La gran estafa americana’ y ‘El lobo de Wall Street’. Resulta curioso que dos de las películas más laureadas de la temporada, de las que más nominaciones a premios acumulan, estén protagonizadas por estafadores de Nueva York, ambientadas en el pasado reciente, basadas en historias reales y narradas con un parecido tono satírico. ¿Un síntoma del momento en que vivimos?

Pero las semejanzas no acaban ahí. ‘La gran estafa americana’ es la película más scorsesiana del bastante impersonal David O. Russell. Historias de las “malas calles” neoyorquinas, narradas con voz en off, con una puesta en escena a base de violentos travellings de acercamiento y largas secuencias con steadycam, y una selección de temazos musicales que ambientan, contextualizan y matizan personajes y situaciones: música disco (Donna Summer, Bee Gees), jazz (Ella Fitzgerald, Duke Ellington) e imprescindibles del rock de los 70 como David Bowie o Electric Light Orchestra.

‘La gran estafa americana’ está planteada para conseguir tres propósitos: pintar el retrato de una época (la década de los setenta), narrar una trama criminal “increíble pero cierta”, y ofrecer un espectáculo interpretativo a cargo del cuarteto Adams-Bale-Lawrence-Cooper (todos ellos con nominación al Oscar). A juzgar por los resultados y por cómo está planteada la historia, al director le importa tanto la época y la estafa como a Christian Bale ponerse a dieta. O sea, nada.

Con los años, O. Russell se ha convertido en un eficaz director de actores. Y ellos son los que realmente le interesan. Su forma de expresarse, de relacionarse, de exhibirse, de seducir al espectador. Ni thriller político setentero, ni drama criminal “basado en hechos reales”. ‘La gran estafa americana’ funciona sobre todo como ácida comedia romántica; como sensual, estiloso y sarcástico combate interpretativo entre dos parejas recién salidas de la peluquería. Una exhibición de talento(s) lo suficientemente atractiva como para no sentirse estafado. 6,5.