Voy a empezar lanzando una bola de demolición contra ‘La casa de hojas’. Una bien grande, como la de Miley Cyrus. Es destructiva, sí, pero no logrará tocar los cimientos de la casa. Ni los rozará. Aaaahí va. La bola impacta contra mi ejemplar del libro y se lleva por delante gran parte de la historia protagonizada por John Truant, el aprendiz de tatuador (las cartas de su madre no, esas se salvan). ¿Qué queda? Una casa menos recargada, limpia de elementos superfluos. Una obra maestra, vaya. El material de derribo –una mal digerida prosa a lo Burroughs, que no aporta, no enriquece… aburre-, derribado.
Ahora, bien aseada, la casa brilla en todo su esplendor. Ahora sí es el “Moby Dick del género de terror” del que habla Stephen King. Una monumental novela experimental de horror cósmico, mezclada con digresiones en forma de ensayo académico, que parte de una idea desbordante de sugerencias y posibles interpretaciones: la existencia de una casa más grande por dentro que por fuera.
Esta inquietante premisa argumental, que podría haber dado lugar a un cuento borgiano (¿es casualidad que el personaje de Zampanò sea ciego?), se convierte en manos de Mark Z. Danielewski en el motor de una historia de más de 700 páginas con múltiples ramificaciones, claves y significados. Un estallido metatextual que ha generado una comunidad de fieles entregados a la tarea de interpretar y desentrañar las claves ocultas del libro, y ha creado un culto que empezó como un producto hipster para fans de la literatura experimental y ha acabado en las facultades de letras junto a autores como, por ejemplo, David Foster Wallace (con el que guarda bastantes semejanzas, y no solo por las “infinitas” notas a pie de página).
Aunque, más allá de referentes literarios, desde los mencionados Melville, Borges o Wallace, hasta Umberto Eco (con esa mezcla de erudición y cultura popular), Lovecraft (un “libro maldito”, monstruos acechando en la oscuridad) o la literatura gótica con casas encantadas, el “eco” que más resuena en la novela no es literario, es cinematográfico: el cine de “metraje encontrado”. ¿No es ‘El expediente Navidson’ una afortunada variación de ‘El proyecto de la bruja de Blair’ (1999)?
Pero si hay un aspecto que destaca en ‘La casa de hojas’ es su acabado formal. O, más bien, cómo la forma alimenta al contenido, y viceversa. El autor experimenta con la tipografía, los colores y la maquetación para permitir al lector una inmersión total en la obra; no solo desde un punto de vista intelectual, sino también visual. Basta leer el fabuloso capítulo XX para desechar la idea de que todo esto no es más que juego posmoderno. De eso nada. En ese sentido, la edición a cargo de Alpha Decay y Pálido Fuego no puede ser mejor. Una auténtica maravilla. Un ejemplo del que quizá sea uno de los futuros posibles de la novela en papel: dejar de considerar al libro como un simple embalaje de palabras y valorarlo también como objeto, como contenedor capaz de aportar significado al contenido. 8,5.