“Austrohúngaro”. “Aus-tro-hún-ga-ro”. Qué gusto da pronunciar esa palabra. Y qué evocadora resulta. Con Berlanga se convirtió en un talismán -la incluía en todas sus películas- y con Astrud en punto de referencia indie. Desconozco si a Wes Anderson le gustará la palabra pronunciada en su idioma, “Austro-Hungarian”, pero sí sabemos que admira a dos de sus más reconocidos artistas: el novelista Stefan Zweig (‘Carta a una desconocida’, ‘La impaciencia del corazón’) y el director Ernst Lubitsch (‘Ninotchka’, ‘El bazar de las sorpresas’).
Del escritor austriaco (cuya obra lleva reeditando desde hace varios años la editorial Acantilado), Anderson ha tomado “el aroma de su trabajo, su gusto por las estructuras de historias dentro de historias”. De Lubitsch, su elegancia en la puesta en escena, sus soluciones visuales, la estética de sus películas de Hollywood ambientadas en el Viejo Continente. Esa Europa evocada, soñada, de ‘El bazar de las sorpresas’ (ambientada en una irreal Budapest), y esos personajes aristocráticos y libertinos de películas como ‘La viuda alegre’ o ‘Un ladrón en la alcoba’.
La poética de Zweig, el “toque” de Lubitsch y el universo pop de Anderson estallan como la guerra en ‘El Gran Hotel Budapest’. El protagonista de la película, Mr. Moustafa, evoca sus recuerdos como botones (“mozo portería”) y Anderson los traduce a imágenes, a su particular lenguaje audiovisual: formato 4:3 (anamórfico en la parte ambientada en los 60), composiciones simétricas construidas a base de panorámicas, zooms y travellings laterales, un uso muy expresivo del color, el vestuario y los decorados (fabulosa la dirección artística), querencia por el artificio (uso de maquetas, miniaturas, animación) y una fantástica música, con ecos de folk ruso, de Alexandre Desplat.
Todo ello para recrear una Europa imaginaria, la nación ficticia de Zubrowka, donde, como ocurría en la anterior ‘Moonrise Kingdom’ (2012), una pareja (en este caso de amigos: el conserje y el botones del hotel), es obligada a salir al mundo exterior y vivir mil y una aventuras mientras son perseguidos por fuerzas represoras. Una preciosa y preciosista historia de amistad, vestida con los ropajes de la melancolía, que huele a L’Air de Panache y se degusta como un delicado pastel de Mendl’s. 8,5.