‘True Blood’, gracias (por acabar)

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‘True Blood’, gracias (por acabar)

true-blood-season-sookieEl escueto y simple ‘Gracias’ que pone título al último capítulo de ‘True Blood’ debería servir de resumen a todo lo que esta serie no ha sido en los últimos dos años. Pero para una vez que apuestan por ese «menos es más» que tanto hemos echado en falta desde que Alan Ball abandonara en la quinta temporada, van los pobres y no aciertan. Y es que a ese ‘Gracias’ le ha faltado añadir un «por terminar» para describir lo que hemos sentido de verdad los seguidores de la serie ahora que nos hemos despedido, por fin, de los habitantes de Bon Temps.

Nostálgico en exceso, cursi, falto de ironía, arrítmico y protagonizado por una Sookie más odiosa que nunca. Así ha sido el final definitivo del guilty pleasure veraniego por excelencia. El mismo que nos cautivó en sus primeras temporadas y que, como ya anticipamos al comienzo de la sexta tanda de capítulos, tocaba retirar de la programación para que los que la seguíamos por inercia no acabáramos odiándola. Demasiado tarde, por desgracia.

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No es fácil encontrar los motivos que convirtieron esta serie en un desastre. De hecho, no se puede marcar ninguna trama o escena en concreto como el momento en el que la ficción «saltó el tiburón», ya que desde el principio toda ella ha sido una constante acrobacia acuática sobre escualos cada vez más grandes. Es más, precisamente su falta de complejos para introducir lo que fuera necesario en beneficio del simple entretenimiento era lo que más nos gustaba, ya fueran orgías provocadas por una Ménade salidilla o convirtiendo a una bruja riojana con acento de Michael Robinson en la villana del momento.

Porque ‘True Blood’, por mucha HBO que tuviera detrás, nunca dejó de ser una fantástica telenovela de alto presupuesto que, como tal, avanzaba gracias a giros sin sentido protagonizados por gente guapa en culos y tetas. El problema es que eso, sin entretenimiento que lo sostenga, convierte lo absurdo en bazofia. Y así, de la noche a la mañana, lo que un día nos divirtió simplemente dejó de tener interés. Muerto el showrunner se acabó la rabia, o lo que es lo mismo, sin Alan Ball detrás, se acabó lo de comulgar con las ruedas de molino que nos lanzaban.

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Por eso, salvo la intervención brillante de algunos secundarios como Pam, Jessica o Sarah Newlin en esta séptima temporada, todo ha sido una constante caída cuesta abajo y sin frenos. Y no lo decimos solo por la brusca e innecesaria muerte de personajes principales a lo largo de la misma que merecían haber tenido un final más justificado que el de haberse convertido en un estorbo para los guionistas, sino por directamente haber pasado en el último capítulo de cerrar la historia de grandes como Lafayette para rellenar una hora con bodas y funerales alargados en exceso.

Digamos que solo el epílogo con Eric y Pam presentando una teletienda se salva de la quema de todo el despropósito que se han marcado como punto y final en el que se han atrevido incluso a dejar una incógnita abierta. ¿De verdad creéis que a estas alturas a alguien le importa que no se resuelva?

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