Sarah Records: ¿acariciando gatitos?

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Sarah Records: ¿acariciando gatitos?

in-edit‘My Secret World – The Story of Sarah Records’ es uno de los documentales musicales que nos trae el Festival Beefeater In-Edit que se celebra hasta este domingo. La película que ha preparado Lucy Dawkins a lo largo de cuatro años llega para recordar que si hay un sello venerado en el mundo independiente ese fue el creado en 1987 por dos aficionados a los fanzines, Matt Haynes y Clare Wadd. Todo fan del indie pop, del shoegaze o de la música twee que creciera después de su desaparición recuerda el día de su descubrimiento y estas dos horas de metraje no llegan precisamente para cuestionar su legado.

Al contrario: las entrevistas que protagonizan el documental, tanto a sus fundadores como a miembros de grupos tan esenciales como The Orchids -ahora de regreso en Acuarela-, The Field Mice o Heavenly (Amelia Fletcher sigue hipnotizando 25 años después), críticos tan importantes como Everett True y fans tan encantadores como Jacob de The Drums, hacen hincapié en que en Sarah Records también hubo punk y distorsión o en que sus responsables o seguidores no se pasaban el día «acariciando gatitos».

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De hecho, más allá de la música, ‘My Secret World – The Story of Sarah Records’ también retrata socialmente aquellos años. Por un lado, el documental nos muestra que Bristol no es sólo Portishead y Massive Attack, y por otro las connotaciones machistas, misóginas y homófobas que podía tener la palabra «twee» incluso a principios de los 90. Aquella sociedad tan arcaica no es tan lejana aunque parezcas estar viendo la prehistoria cuando escuchas la reacción a un tema como ‘Clearer’ de Blueboy.

El retrato de una época se ve también en la moda (el gusto por el pelo a lo cazo) o en la reacción de la prensa a Sarah Records en la era Oasis-Blur-Blur-Oasis («¡Muere, Heavenly muere!» y «este disco es el cáncer», se llegó a imprimir en los semanarios que todos conocemos). Pero ante todo por supuesto, el documental es una recreación en la filosofía independiente de Sarah Records, un sello en el que la música era mucho más importante que la explotación comercial, en el que sus fundadores pegaban con su propia saliva -«hasta que la lengua les sangraba»- los sellos de los paquetes con efímeros flexidiscs (¡y cartas!) que enviaban a sus fans o que hacían autostop para vender discos, durmiendo a la intemperie a la vuelta en un saco de dormir, porque «todo cuenta».

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Ese «todo cuenta» es el mayor riesgo que ha corrido Lucy Dawkins al estructurar su documental, armado en torno a todas y cada una de las referencias en 7″ del sello. Una arriesgada decisión que puede terminar desesperando al público general, si bien en cuanto al fan, no hace sino alimentar el mito y su afán completista: ¡¡¡quiero un Saropoly!!! 7.

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