Patrick Modiano, premio Nobel de este año, sigue a lo suyo: llevando al lector del brazo por un París espectral en busca del tiempo perdido. ‘La hierba de las noches’ (Anagrama) es una entrega más del mismo libro de siempre, el siguiente capítulo; una nueva etapa en ese largo trekking por la memoria, por los fragmentos del pasado y por la ciudad recordada. Sus tramas se confunden, pero su manera de exponerlas –el ritmo, la ambientación- es inconfundible.
¿Qué supone abrir un libro de Modiano? Esto: «Los domingos, sobre todo a media tarde, y si uno está solo, abren en el tiempo una brecha. Basta con colarse por ella». Una vez dentro, el lector se haya sumergido en un mar de tiempo, atraído por los pensamientos del narrador (Jean, el álter ego del autor) y atrapado por el misterio de la narración. Un misterio lleno de interrogantes donde no falta el recuerdo de un viejo amor. «Autoficción poético policial», así han llamado a sus novelas. Thrillers hipnóticos y proustianos construidos sobre una evocación.
‘La hierba de las noches’ es como una vieja Lonely Planet sobre París a la que le faltan hojas. Un paseo por una geografía incierta, de contornos desdibujados, donde nos encontramos con personajes difuminados que van dejando sus huellas sobre lugares escurridizos: calles inciertas, bulevares insinuados y cafés desvanecidos.
El protagonista es como un flaneur de la memoria, un crono-detective que a través de su bloc de notas intenta resolver un enigma del pasado. Porque, «algunos detalles de la existencia que no vemos al momento, los descubrimos veinte años después, como cuando miramos con la lupa una foto antigua familiar y un rostro o un objeto en los que hasta entonces no nos habíamos fijado nos salta a la vista». El enigma tiene nombre: Dannie. Una misteriosa chica (han clavado la fotografía de la portada) a quien el protagonista acompañará por calles solitarias y cafés clandestinos, y a quien busca desde el presente.
Lo bueno del Nobel es que muchos descubrirán por primera vez a Modiano. Yo lo hice hace algunos años (‘El café de la juventud perdida’, ‘Calle de las tiendas oscuras’) y me costó entrar, me resistí a ser hipnotizado por su prosa, a dejarme llevar por su singular cadencia. Una vez dentro –ponle… veinte páginas- ya no quiero salir. 9.