Menuda faena le han hecho a los de Sony pirateando ‘Corazones de acero’: todo el mundo se ha enterado antes de tiempo de lo mala que es. Cuando llegaron las primeras noticias sobre el proyecto parecía que Brad Pitt (productor y protagonista) y David Ayer (ex marine, guionista y discreto director de policíacos como ‘Dueños de la calle’ o ‘Sin tregua‘) iban a seguir la senda abierta por Tarantino en ‘Malditos bastardos‘ (2009). Pero no, nada de eso. ‘Corazones de acero’ es una película bélica «como las de antes», aquellas en las que los nazis eran muy malos y muy tontos, y los yanquis muy buenos, muy listos y muy valientes. Vamos, la «americanada» de toda la vida.
Y es que tragarte esta historia de heroísmos anacrónicos, sobadas afecciones generacionales y gastadas relaciones de camaradería castrense sin un poco de lubricante irónico es como ver una de terror zetoso sin amigos borrachos al lado. Se te hace bola. ‘Corazones de acero’ se toma muy en serio, y ahí está el problema. Las improbables hazañas bélicas de un sargento macho-alfa y sus valerosos muchachos a bordo de un tanque durante el final de la Segunda Guerra Mundial podrían haber dado para una entretenida y despendolada película «de guerra». Podría. Sin embargo, sus responsables han decidido que no, que esa historia da para un desgarrado, épico, reflexivo y oscarizable drama bélico.
El resultado de esta tensión entre lo que uno quiere y uno tiene, es una película con más agujeros que el tanque de los protagonistas. El director demuestra su habilidad para ejecutar escenas de acción y dotar de brío a la narración. También sorprende, por novedosa en su filmografía, su capacidad para realizar elaboradas composiciones de plano con un notable poder evocador (aquí sí ha recogido las mejores enseñanzas del cine clásico).
Pero no es suficiente. Sobre estas virtudes se imponen sus numerosos defectos: las caracterizaciones planas y estereotipadas de los personajes, los diálogos inflamados y carentes de toda naturalidad, lo previsible e inverosímil de muchas de sus acciones, el discurso altisonante y hueco, y ese afán por parecer importante buscando coartadas intelectuales como las imágenes documentales que acompañan, sin venir a cuento, los títulos de créditos finales. 4.