El sino de un periodista es releerse, y después de eso tiene tres opciones. Una, quedarse indiferente. Otra, sonrojarse porque ha escrito un artículo positivo (o negativo) sobre algo que luego no le parece tan bueno -o tan malo-. Y finalmente, otras veces nos felicitamos por haber sido valientes y haber reivindicado o criticado en contra del sentir general.
Traigo esto a colación porque al leer de nuevo mi crítica sobre la primera temporada de ‘Looking’ no me queda otra que sonrojarme y morirme de ganas de pulsar el botón de eliminar. Juzgar una serie por su piloto es un deporte de alto riesgo, y el año pasado me equivoqué de pleno a la hora de valorar una de las series más esperadas de la HBO. De hecho, el dramedy de Michael Lannan fue subiendo puestos en mi top de series personal, al tiempo que otras se desinflaban. Todavía recuerdo estremecerme en el sofá con capítulos como ‘Looking for the future’, que me hicieron darme cuenta de lo equivocado que estaba con respecto a la serie.
Así que ahora es cuando me toca retractarme y congratularme por la renovación y por esta segunda temporada, que promete alegrar(me) los próximos meses. Porque mientras ‘Girls’ (su homóloga heterosexual con la que es constantemente comparada) cerró una tercera temporada desigual y errática, ‘Looking’ fue para mí toda una revelación. Una historia contada con sencillez, con diálogos fáciles pero bien afilados en el momento justo, una banda sonora inmaculada y una enorme belleza fotográfica. ¿Qué más se puede pedir a este grower televisivo?
Pues sí, hay algo más que le podemos pedir a ‘Looking’, y eso es que Andrew Haigh vuelva a hacerse cargo de varios capítulos. El director de ‘Weekend’ es un valor seguro, porque solo él es capaz de coger un cliché, darle la vuelta y devolvértelo en forma de historias universales en las que la orientación sexual es lo de menos. De recordarte que hacer bromas no es tomarte las cosas menos en serio, y que en la comunidad gay (y en la heterosexual) hay espacio para las drogas, salir hasta el amanecer y ser promiscuo, pero también para el romance, el temor al futuro y el terror a la soledad, por muy cursi que suene.