«Una cinta transgénero», así define François Ozon su nueva película. Una manera fina y culta de decir que ‘Una nueva amiga’ es un cocido de géneros muy poco ligado y bastante insípido, un potaje con muchos ingredientes pero «sin demasiado sentido», como diría Jordi Cruz.
La pulsión necrófila de ‘Vértigo’, el misterio a lo Ruth Rendell (el argumento está basado en un relato de la escritora inglesa recientemente fallecida), el alegato contra la transfobia de ‘Laurence Anyways‘, la comedia sofisticada del Hollywood clásico y toneladas (y toneladas y toneladas) de melodrama almodovariano. Todo cabe en el puchero de ‘Una nueva amiga’, pero no todo sabe bien.
Lo más difícil de tragar, lo que más bola se hace, es la grasa(za) melodramática. Las secuencias pretendidamente emocionantes son algo así como ver a Almodóvar desnudo, como un guiso del manchego sin emplatar, como si le hubieran despojado de su estilo y le hubieran dejado con todo el “contenido” al aire. No funcionan, son incomibles. Y si encima sazonamos todo con una vinagreta de buenrollismo transgénico, perdón, transgénero (ese momento comunión-musical-LGTB en el bar gay), es como para dudar si el chef que ha cocinado todo esto es el mismo que ha presentado platos tan elaborados como ‘Joven y bonita‘ o en ‘En la casa‘, por poner el menú más reciente.
Menos mal que la materia prima que utiliza el director es buena –la pareja protagonista, sobre todo ella, está bastante bien y tienen mucha química- y el picante que utiliza –cómico, sexual- le da “alegría” al conjunto. Ese tono de comedia ligera y vodevilesca, casi como una reinterpretación irreverente y descarada de la comedia hollywoodiense de los 50, es lo que mejor sabor de boca deja. Lo demás, para apartarlo con el tenedor. 5,5.