En 1987 U2 acababan de sacar ‘The Joshua Tree’ y arrasaban. Poco después, llegaron los prejuicios; que si son mesiánicos, que si Bono es un pelma, etc. En 2017 U2 siguen siendo mesiánicos y Bono un poco cantamañanas. Pero también eran (y son) una bandaza gigante, que ahora se dedica a auto reivindicarse con la excusa de celebrar el 30 aniversario de su disco más mítico -y, de rebote, de su debut en directo en España: el 15 de julio de 1987 en el Bernabéu-. Se les puede criticar por exceso de autocomplacencia; por haber sucumbido a la tentación de realizar giras de grandes éxitos sin tener un álbum nuevo que respaldar; por que el concierto de anoche estuvo plagado de topicazos “udoseros”… Pero tienen un repertorio a prueba de cinismo. Y continúan siendo una máquina en directo.
Abre boca Noel Gallagher con sus High Flying Birds ante un Estadi aún a la mitad. Enfundado, cómo no, en una camiseta del Barça, ofrece un directo potente y engrasado, con una sección de metales estupenda y sin alharacas. Las canciones de los Flying Birds no suenan mal, pero demasiado arquetípicas, lo que hace que se desarrollen ante la indiferencia del personal; personal que se despereza cuando Noel ejecuta los clásicos de Oasis, empezando con ‘Champagne Supernova’. Y despierta del todo, claro, con ‘Wonderwall’, a pesar de que Noel la canta en un registro diferente y con un plus de melancolía. “Esta se la dedico a mi amigo Pep Guardiola”, suelta, sarcástico, antes de tocar ‘Don’t Look Back in Anger’. Tocar, porque el estribillo sólo lo entona el público, en un puro ejercicio de baño de masas. Cierra con ‘AKA… What a Life!’, entre New Order y los propios U2.
Se acerca la hora. El Estadi ya está lleno y la gente se empieza a poner nerviosa. Hay dos escenarios; el principal, con una enorme e impresionante pantalla, y un “subescenario” que se adentra en el foso, reproduciendo la sombra del “Joshua Tree”. Suena ‘The Whole of the Moon’ de The Waterboys, la señal de que el show está a punto de comenzar. Con un cuarto de hora de retraso, asoma Larry Mullen Jr, se desplaza por la pasarela hasta alcanzar el escenario central, se sienta a la batería, rompe con el redoble inmortal de ‘Sunday Bloody Sunday’ y el Estadi se viene abajo. El resto de la banda va apareciendo y tocando sus instrumentos, reproduciendo su icónica estampa. Cómo tocan. Cómo suenan. Y cómo devuelve el público los coros y cómo baila. En los macroconciertos, la masa es tan importante como los artistas. Este concierto no va a ser la excepción y, ciertamente, la entrega del público impresiona. El set se va a dividir en tres partes. La primera, dedicada a hits pretéritos, se desarrolla en la plataforma central, con la pantalla apagada y la banda tan solo adornada por discretos cambios de luces. Cae ‘New Year’s Day’, The Edge se dedica a la vez el teclado y la guitarra, como si fuera lo más fácil del mundo. Bono empieza ya con los sermones; habla de que ha ido a visitar la exposición de Bowie, de lo amigos que eran… y, claro, rematan ‘Bad’ con los versos, ralentizados, de ‘Heroes’. Sin embargo, esta y ‘Pride (In the Name of Love)’ parecen apagadas en comparación con el brutal arranque. Larry Mullen Jr no baja nunca el listón, pero en algún momento el resto sí que parece flaquear un poco.
La pantalla despierta con textos que se despliegan, entre ellos el discurso “I have a dream” de Martin Luther King. Suena la introducción de ‘Where the Streets Have no Name’, U2 se dirigen al escenario principal y empieza la segunda parte del concierto, centrada exclusivamente en ‘The Joshua Tree’. La protagonista absoluta es la imponente pantalla, en que se proyectan los preciosos cortometrajes que Anton Corbijn ha rodado para la ocasión en Death Valley y otros paisajes del mito americano, combinadas con la imagen del grupo en directo. Bono se pavonea, el árbol de LEDs del fondo brilla, las versiones son muy fieles y el público se deshace cuando caen, de una tacada, los singles, porque el set-list sigue escrupulosamente el orden original del disco. Bono hace cantar al público una estrofa sí, otra no, nos deja el estribillo para nosotros y pide palmas en ‘I Still Haven’t Found What I’m Looking For’, cumpliendo al dedillo el manual del concierto masivo. En ‘With or Without You’ las pantallas de los móviles ejercen de encendedor, The Edge evoluciona solo a su bola y los “oh-oh” derriten a la audiencia. Sin embargo, no sé si porque los hits suenan extrañamente algo endebles, o quizás porque no estén tan quemadas, son ‘Bullet the Blue Sky’, ‘One Tree Hill’ y ‘Exit’, las que me pegan el mazazo. En la primera, la sincronía entre las imágenes (gente de toda condición enfundándose cascos de soldados), Bono jugando con el foco y The Edge impartiendo magisterio, resulta brutal. La segunda, porque les sale muy sentida. Y la tercera, porque Bono se coloca el icónico sombrero de la portada de ‘The Joshua Tree’, da vueltas sobre su micro, tontea con la cámara y, por un momento, parece que estemos de nuevo en 1987, mientras los guitarrazos contundentes y las luces epilépticas crean una combinación que arrastra al frenesí. Con ‘Mothers of the Disappeared’ y entonando “el pueblo vencerá” se acaba la parte central del concierto.
Tras unos escasos minutos de espera, empieza el último tramo. Se proyectan imágenes de un campo de refugiados sirio en Jordania, de la devastación provocada por el conflicto. Me genera una cierta angustia ver a la gente grabando con sus móviles las escenas de ciudades destruidas que se suceden a máxima resolución. U2 han cambiado ‘Miss Sarajevo’ a ‘Miss Syria’; el signo de los tiempos y la guerra que no cesa. Pero es igualmente una canción preciosa y la voz de Pavarotti, aun grabada, pone los pelos de punta. Mientras, el público hace circular por las gradas un lienzo gigante con la imagen de una refugiada. A continuación, ‘Beautiful Day’ es grandilocuente. Y maravillosa, por supuesto. Aunque Bono ha estado relativamente comedido todo el concierto, es aquí en los bises cuando se suelta; habla de los derechos humanos antes de un electrizante ‘Elevation’, que se convierte en un ejercicio de karaoke colectivo (todos esos “uh-uh-uh” y “E-le-va-tion!” caen como dagas) con un The Edge pletórico. Mezclan ‘Vertigo’ con un poquito de ‘Rebel, Rebel’ y el público no deja de entonar los “hello, hello!” aun cuando la canción ha acabado. Bono vuelve a la carga, dando las gracias a todas las mujeres, para encarar ‘Ultraviolet’, enmarcada por el desfile de retratos de mujeres importantes en la historia: Marie Curie, Ada Lovelace, Anna Frank (y la imagen de Bono en medio, ¡ojo!), etc, combinadas con heroínas contemporáneas (Pussy Riot, Malala), aportaciones condales como Isabel Coixet y algún elemento polémico (Christine Lagarde), para apoyar la campaña “Poverty is Sexist” de la ONG One, lo que provoca un nuevo discurso de Bono sobre la necesidad de luchar juntos. Y se queda en el escenario central con Adam Clayton para entonar ‘One’. El honor de cerrar lo dejan, por eso, a ‘The Little Things That Give You Away’. En total, más de dos horas de concierto; probablemente un ejercicio de nostalgia, repleto de todo aquello que suele abundar en un concierto masivo. Pero es lo que estábamos deseando.
Foto: Danny North, Vancouver