Posiblemente muchos entréis a este artículo esperando encontrar una revisión de ‘Actos inexplicables’, el disco con el que Nacho Vegas abría un periplo en solitario del que esta semana presenta su octava referencia, ‘Violética’. Pero ya hablamos de aquel fantástico debut en el sello Limbo Starr cuando lo etiquetamos como uno de los discos de la pasada década para nuestra web –lectura que, por supuesto, recomiendo recuperar–. Hoy, en realidad, nos vamos a centrar en lo que fue su primer disco al margen de Manta Ray, llevando todo el peso de la composición –salvo de las letras, como ahora veremos– y la interpretación y sentando un claro precedente de lo que más tarde ha desarrollado en sus obras bajo su nombre propio.
Hablo de Diariu, un proyecto que inició a mediados de los 90 junto a su amigo, el poeta y realizador Ramón Lluís Bande, con el que comenzó a colaborar al poner música a un proyecto televisivo llamado ‘Verdá o consecuencia’, donde Vegas mostró su primera canción en solitario propiamente dicha, ‘Señardá’. Tras ese experimento, la colaboración se extendió a Diariu, que como su propio nombre indica nació con la idea de musicar unos poemas de Bande en lengua bable que narraban, a modo de diario, un asesinato. Una especie de ‘Ulises’ musical, sangriento y modesto. Así fue en su primer EP, un disco homónimo que publicó Astro Discos aprovechando una subvención del área de cultura de Principado de Asturias para la música cantada en asturiano. Estructurado en cinco cortes que reflejaban cada una de las etapas del día del crimen salvo el último, ‘La polesina’, que era una adaptación del tradicional ‘Romance de la Pola’ que luego Nacho versionó de nuevo en Lucas 15. Ya entonces, el folclore astur comenzaba a filtrarse como una fuente de inspiración.
Diariu nació como un proyecto diametralmente distinto a las derivas experimentales que convirtieron a Manta Ray en los abanderados del post-rock español, aunque su reflejo está impreso en numerosos pasajes de este proyecto, como esa ‘Tarde’ que pone fondo musical a una conversación telefónica entre los amantes o el spoken word de ‘Nueche’. Sin embargo, canciones como la pegadiza ‘La mañana’ o ‘Madrugada’ son una anticipación muy evidente suponen una aproximación –en una tesitura algo amateur y lo-fi– a la música folk con trazos rock, enfatizándolo con el carácter local que da la lengua empleada y los referentes de proximidad: el mar y su salitre, las polas, las cuencas, la sociedad deprimida.
Vegas pareció saber que había dado con algo de lo que tirar y, cuando vivía sus últimos días como parte Manta Ray, preparaba y publicaba –esta vez en Acuarela– ‘Diariu Dos’, un álbum propiamente dicho. Con las ideas más claras y, sobre todo, un presupuesto que les permitía contar con imponentes arreglos de cuerda, metales, percusiones y las colaboraciones de los mantarays Frank Rudow y Nacho Álvarez, además de la aportación vocal de Mónica Vacas del grupo Mus. Este disco, ya sí, es un antecedente más preciso de lo que vendría después en ‘Actos inexplicables’, con los ecos dylanianos, cohenianos, vanzandtianos y la voluntad de establecerse, a su manera, como un eslabón con la tradición cultural astur.
En su tracklist hay algún pasaje algo insólito, como los tintes dub de ‘Piedra, arena, tierra’ y ‘Aquel día’, pero no resulta complicado encontrar paralelismos de canciones como la instrumental ‘De la vida de les piedres’, ‘Inmóvil, ‘Caer, rodar’ o ‘Ventana’ en composiciones posteriores de Vegas, que se dilatan hasta su presente: uno de los temas que destacan en las primeras escuchas de ‘Violética’ es la murder ballad ‘Bajo el puente de l’Ará’, una historia de localista cantada en asturiano. La obra de Diariu es una rareza, una curiosidad sin la que los fans de Vegas pueden vivir, pero sorprende y enriquece su figura como creador, con un valor similar al de las etapas de aprendizaje de un pintor.