Tras la publicación de ‘Tranquility Base Hotel & Casino’ de Arctic Monkeys, uno de los discos más esperados del año (e incluso del lustro), los británicos alcanzaban su primer número 1 en la lista española de ventas de álbumes. Sorprendentemente, por detrás de ellos se situaba también de forma directa ‘La caja negra’ de Carmen Boza, un lanzamiento enteramente autogestionado, tras desvincularse unilateralmente de Warner, con la que se ligó tras la reedición de su debut. Un caso digno de estudio y, obviamente, de atención en un país en el que el único grupo nuevo capaz de atraer por sí solo a 38.000 en un recinto abierto, Vetusta Morla, también se ha hecho grande en la autoedición y la total libertad creativa que eso facilita.
Boza, crecida en el circuito de salas para cantautores de ciudades como Málaga y Madrid, presentó credenciales con ‘La mansión de los espejos’, un disco con algunas canciones interesantes pero, quizá, demasiado enclaustrado en la ortodoxia musical y algo carente de una personalidad rotunda. Tras unas dramáticas luchas (personales y profesionales) que ha descrito con inusitada sinceridad, la artista de La Línea de la Concepción reseteó su carrera y empezó de cero, sola, buscándose en sus canciones y, algo muy importante, en su sonido. Un sonido cuyo crédito, enfatiza ella con toda justicia, es enteramente suyo (compone, arregla y produce) y por tanto, en sus virtudes y defectos, ofrece una visión más precisa de quién es realmente Carmen Boza.
Como esos dispositivos que recogen la información en una catástrofe, esta caja negra pretende contener intacta en su interior la esencia de su nueva entidad artística: 9 canciones de un sonido crudo, sucio a veces, pero musculoso y potente, que dan un protagonismo crucial a sus guitarras eléctricas, ricas e imaginativas, que dicen tanto con sus viajes de lo delicado a lo estruendoso como sus propios textos –John Mayer es uno de sus héroes, y nos atrevemos a citar como posible referente el trabajo de (Sandy) Alex G en ‘Blond’ de Frank Ocean, nada descabellado si tenemos en cuenta que su disco favorito reciente es ‘Ctrl’ de SZA–. Con este volantazo sonoro Boza se libra de esa preconcepción de la etiqueta “cantautora” como una mujer lánguida y tímida, de vocecilla y sonido acústico, emulando a artistas del calado de Liz Phair, Fiona Apple o Ani DiFranco, pero sin perder de vista sus raíces (recientemente la veíamos apropiándose nada menos que de ‘Tangos de la Sultana’, popularizada por Camarón de la Isla) y evocando también a la Bebe más rockera y hasta a Mala Rodríguez (referenciada de manera evidente en el audaz rap de ‘Mantra’).
Sin embargo, aunque sí hay cierto poso grunge formal en este ‘La caja negra’, lo cierto es que la influencia 90s de estas canciones se extiende al R&B y el soul-funk de aquella década (nunca ha ocultado que sus primeros iconos musicales fueron Alicia Keys, Christina Aguilera o Destiny’s Child, aunque no haya sido hasta ahora que han emergido de manera más clara). Lo que surge de ese choque de dos facetas tan distintas es un poderoso ideal artístico, en el que se conjugan pop (los ganchos de ‘Dámelo’, ‘Intro’, ‘Vida moderna’, ‘Astillas’ o la enorme ‘Gran Hermano’ son irrefutables), riqueza melódica (en contraposición al planteamiento sonoro espartano) y riesgo. Y es que, tras la aparente sencillez y cierta recurrencia del clásico guitarra-bajo-batería-voz, trasluce un trabajo muy complejo en cuanto a estructuras, ritmos y armonías, dando incluso con una interesante vía de evolución en la riqueza de arreglos de la recta final del disco, especialmente en la cadena ‘Gran Hermano’-‘Vida moderna’-‘Poetas’ –con ese piano solemne–. De hecho, ese cromatismo se echa en falta en la más árida primera mitad.
‘La caja negra’ también presenta un pequeño salto al vacío en sus letras, centradas en ese punto de ruptura vital y artística al que se ha visto abocada esta gaditana y que ha encarado con tanta furia como (lógico) temor, aunque también traten el tiránico juego de apariencias y convenciones –tanto el virtual como en el de la vida real–. Como en esta nueva música, en sus textos también prima cierta visceralidad confesional, curiosamente contrapuesta con un manierismo más cuestionable. Así, hay juegos de palabras tan sugerentes como “me debato entre la vida o lamerte” (‘Esparto’), líneas tan directas como “nunca me amaste, confiésalo, sé que engañaste a mi pobre corazón” (‘Dámelo’), “pude evitar intimar y no quise hacerlo, el viento se nos llevará, será mejor así” (‘Astillas’) o el sencillo pero convincente “todo lo que tengo malo dentro, se vaya yendo” (‘Mantra’) que se dan de hostias, incluso dentro de una misma canción, con el hacinamiento esdrújulo, a veces casi cómico, de versos como “la humildad es como la humedad en el desierto entre los miembros del club de fans de los poetas muertos” (‘Poetas’), “el ego es la epidemia de nuestra bohemia sociedad” (‘Dámelo’) o “el extravagante léxico anoréxico en el fondo, bulímico en la forma se nos torna en norma” (‘Poetas’). Ríete tú de los tres tristes tigres.
Ahora bien, si un artista, como hace Boza, se pone a caminar por el borde de una cornisa sin asidero alguno, ¿cómo no va a dar algún paso en falso, algún traspié? Lo que queda de ‘La caja negra’, en realidad, es su valentía, su autenticidad, esa visceralidad tan de verdad que casi abruma. Y la convicción de que lo que contiene esa caja son las primeras certezas de una artista genuina y única que, ya sin complejos ni ataduras, crecerá incluso más.
Carmen Boza actúa este jueves, día 5 de julio, en el festival Cultura Inquieta de Getafe (Madrid), junto con Rosalía y Bala.
Calificación: 7,7/10
Te gustará si te gusta: Bebe, Vetusta Morla, SZA o Frank Ocean –todos ellos, pero no necesariamente–.
Lo mejor: ‘Gran Hermano’, ‘Vida moderna’, ‘Intro’, ‘Astillas’
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