(Foto del Flickr de djenvert del concierto de Paris del 7 de noviembre)
Frío de pelar en la calle, y calorcito hogareño dentro de la sala el que nos ofreció el inmerecidamente poco reconocido Damien Jurado en un concierto intenso, no apto para emociones frágiles (por algo tengo prohibido ponerlo en casa los sábados por la mañana).
Con una buena entrada para ser lunes (la crisis, de verdad, no se nota en los eventos musicales), pienso que el trío formado por Damien, Eric Fisher y Jenna Conrad empezó un poco tibio. O quizá fui yo, que un evento sin teloneros y el mal día que tuve (que todo cuenta para disfrutar de un espectáculo así, oye) me hizo algo difícil meterme en el concierto. El set de arranque de aproximadamente 10 minutos con cuatro canciones seguidas de su impecable último disco ‘Caught In The Trees», justo hasta el gran hitazo ‘Gillian was A Horse’, me pareció notable pero algo frío, distante. Canciones más luminosas de lo normal en su repertorio que sonaron algo deslucidas. Pero por arte de magia, todo cambió en cuestión de segundos y se entonaron pero bien (¿tuvo algo que ver el primer cambio de Jenna al teclado y Eric a la batería?).
Alternando viejas y nuevas canciones (me quedo con ‘Letters & Drawings’ –de su disco ‘Rehearsals for Departure’- entre las primeras y ‘Best Dress’ entre las segundas), al mismo ritmo que se intercambiaban ellos los instrumentos, el concierto empezó a adquirir una intensidad inusitada. Sobre todo por el chorrazo de voz de Damien, que no sé de dónde leches le sale (¿será del alma?), y los coros celestiales de Jenna, siempre en la retaguardia, siendo la combinación de ambas voces lo mejor de la noche. Entonces sí, los silencios se agarraban al estómago y se sucedían con arranques eléctricos que hicieron moverse al respetable y a Damien levantarse por fin de su silla (anoto ‘Go First’). Los momentos más ásperos fueron para mí los mejores, al más puro estilo Will Oldham, al que me recordó en varios instantes de mucha, mucha inspiración. Una tras otra, hasta acabar el concierto con Damien y su guitarra en solitario, las canciones alzaron el vuelo y nos atraparon sin remedio, en su mundo o en el nuestro, eso ya no lo sé. Entré bastante perdido, y salí con una sonrisa y un nudo en la garganta, pidiendo más momentos como éste. Por cierto, gran sonido y respetuoso silencioso del público, algo atípico últimamente en las salas de Madrid. Un 8 y tres olés.
Nota: debo reconocer que me falta algún disco de la prolífica carrera de Damien Jurado. Por los «¡Buah!» y «¡Madre mía!» que escuché en la sala al empezar a sonar varias canciones, imagino que recuperó algún gran tema del pasado. Disculpen mi ignorancia si no los he citado.