El año en el que las burbujas no paran de explotar he encontrado en Canadá la posible solución al futuro de los festivales musicales en Europa, cuyo modelo, como el de tantos otros negocios, parece caduco y destinado a fracasar si no se adaptan pronto a la realidad económica de su público. Las cifras del ‘Canadian Music Fest’, que se celebró del 11 al 15 de este mes, no engañan: 500 artistas repartidos en 45 salas durante cinco noches en una misma ciudad, Toronto, y por sólo 30 euros. De risa. Y rentable. ¿De verdad es necesario que paguemos hasta 5 veces más por una oferta similar en condiciones bastante peores? Vale que aquí no hay playa ni acampada al aire libre porque la temperatura no lo permite, pero en el fondo, ¿de qué se trata? ¿De escuchar música o andar de ligoteo sin camiseta? Porque para pillar existen prostíbulos muchísimo más baratos que la entrada al FIB, por poner un ejemplo.
Aprovechar las infraestructuras de la ciudad para abaratar los gastos y así ajustar los costes. Éste es el espíritu del Canadian Music Fest ’09, que en lugar de levantar varios escenarios en una explanada a las afueras, contratar a cientos de personas que organicen a la masa y estafar con el precio de las consumiciones, utiliza los recursos propios de las salas de la ciudad para convertirla en un gran recinto por el que el público se puede mover en transporte público -eso en el caso de tener que moverse entre salas muy alejadas, ya que la mayoría de locales están repartidos en una zona cuyo radio es de 15 minutos andando como mucho-, comer en algún restaurante y no un bocata seco si tienes hambre entre concierto y concierto y (esto es de lo que más se agradece), orinar sin tener que esperar largas colas ni pisar océanos de pis.
El cartel de este año ha estado bastante completillo, por cierto, del folk más cerrado y autóctono a la electrónica más europea pasando por clásicos del rock, algo de hip-hop, blues, funky y nuevas tendencias. La cabeza del cartel fueron Bloc Party, que guay para los que gusten de ellos y guay para los que no porque nadie te obligaba a ir a verlos. Aunque es en posiciones más bajas dónde se encontraban las propuestas más interesantes, como Handsome Furs, Laura Peek And The Winning Hearts, A-Trak, Basia Bulat, Herman Dune, The Hood Internet, Holy Fuck, The Gift, Chad Vangalen, Hexes and Ohs e incluso los españoles We Are Standard (mejor consultar la página web para ver la lista completa). Lo mejor es que casi todos tocaban en recintos bastante pequeños y nada cargados -por ejemplo, servidor pudo ver a Plushgun y Malajube ahí, en primera fila, bebiendo cervezas de medio litro por tres euros y sin aguantar empujones ni ná- aunque la cara negativa vino cuando el sábado no pude entrar a los Ting Tings por estar a rebosar, algo que habría solucionado comprando una entrada con antelación.
Y es que para evitar quedarte fuera en algún concierto, -aunque me consta que sólo pasó en los Ting Tings- te daban la opción de comprar una entrada sólo para esa sala que costaba seis euros, ticket que podían adquirir tanto los que tenían la pulsera para todo el festival para ir sobre seguro, como aquellos que que pasaban de toda la programación y estaban sólo interesados en esa actuación en concreto. Porque esta es otra… ¿cuántos amigos pasan de acompañarte a un festival porque de toda la programación sólo le interesan dos o tres nombres y no le compensa gastarse ese pastón? ¿No sería una fuente de ingresos importante para los organizadores de un evento que se pudieran comprar, no sólo pases de día, sino pases de sólo un escenario para ver las actuaciones de ese recinto a un precio popular?
Vale, en España probablemente organizar algo así es impensable porque no hay ciudad con tantas salas de conciertos y, además, cada vez quedan menos por culpa de unos ayuntamientos que prefieren cargarse la música en directo que apostar por ella tratando a los aficionados como leprosos obligados a exiliarse en su Molocai de extrarradio. ¿Pero no podríamos intentarlo? Vale que la oferta es tan extensa que ver a todos los grupos es misión imposible, ¿pero acaso no ocurre lo mismo en todos los festivales? Y vale, en el Canadian Music Fest también había gato encerrado. Para unos cuantos conciertos, como el de Bloc Party o Sloan, en los que se preveía lleno absoluto, era obligatorio comprar una entrada previa que costaba 20 euros. Pero amigos, esa entrada te daba derecho a recibir como regalo la pulsera del festival que recordamos costaba 30 euricos. Vamos, que te ahorrabas diez por la patilla. Así que el titular correcto sería este: ¿500 conciertos por 20 pavos? Pues sí, es posible.