Jamás he sido un especial fan de Michael Jackson, las cosas como son. Evidentemente, conocía todos sus hits, porque son inherentes a la cultura popular y a la historia de la música, pero nunca fui un verdadero fan de los de comprar merchandising, hacerme con toda su discografía, matarme por una entrada a uno de sus conciertos ni nada parecido.

Era fácil alternar sus canciones en el ipod con lo esperpéntico de sus continuas apariciones en la prensa, como aquellas imágenes de su bebé suspendido con la cabeza tapada y en la ventana de un hotel, a varios metros de altura. Estaban también los «pobre, se ha vuelto loco» y las detenciones, que imaginamos le hicieron mella. Y del mismo modo llegó su ruina, sacó a subasta la mitad de su vida y luego se echó atrás, hace pocas semanas.

Ahora es inevitable acordarnos de la cantidad de veces que hemos dudado de que Michael llegase de verdad a dar todos esos conciertos que había programado para este año y el que viene. De las muchas veces que hemos comentado entre nosotros que estaba bastante mal, que no sabíamos cuánto iba a aguantar. La respuesta, desgraciadamente, ha sido esta, y no deja de darme una pena terrible.

Sin embargo, lo que recordaré siempre será la primera vez que lo vi en televisión, vestido con su camisa blanca, sus lentejuelas, sus calcetines blancos, su sombrero, haciendo el moonwalk y magreándose la entrepierna. El descubrir, poco a poco, de sus temazos, que son muchos y muy grandes. ‘Billie Jean’, ‘Dirty Diana’, ‘I Want You Back’, ‘Bad’, ‘Smooth Criminal’… y sobre todo ‘Thriller’, con ese vídeo que me dio miedo hasta bien pasada mi adolescencia. A los que no somos fans también nos da una pena increíble decirlo, pero Michael, this was it.