El cine indie, como todo aquel sujeto a una etiqueta, también vive de una determinada fórmula que se sigue a rajatabla para distinguirlo del resto de productos que habitan en la pantalla. Una estética cuidadosamente descuidada, nostalgia a raudales, una banda sonora repleta de autores más o menos desconocidos, secundarios estrambóticos que lo clavan y, sobre todo, unos protagonistas que de reales que parecen son como si vivieran al lado de casa son sólo algunos de los recursos que Hollywood utiliza para que a los modernos se nos caiga la baba. Lo hemos visto en ‘Little Miss Sunshine’, en ‘Ghost World’, en ‘Juno’ y dentro de nada en ‘Donde viven los monstruos’, pero ahora es el turno de ‘Un lugar donde quedarnos’, que como comprenderéis, teniendo a Sam Mendes detrás, independiente, lo que se dice independiente en el más estricto término de la palabra, la película tampoco es que sea. Aclarado esto, ¡qué bien nos iría si todo lo comercial que se estrenara se pareciese un poquito a esta maravilla tan bien rodada!
‘Un lugar donde quedarse’, con guión de los novelistas Dave Eggers y Vendela Vida, supone un pequeño paréntesis en la carrera del director de ‘American Beauty’ o ‘Revolutionary Road’, filme cuya postproducción compaginó con el rodaje de ésta. No es casualidad, sino las dos caras de una misma moneda. En ambas películas se habla de una pareja que desea escapar para encontrarse a sí misma. La diferencia es que aquí, por aquello del cine relajado y optimista, lo consigue, aunque para ello tengan que pasar su particular via crucis de aeropuertos, trenes y carreteras secundarias hasta dar con ese hogar en el que plantar raíces y echarse la siesta. Tranquilos, que como dicen, lo importante es el camino, no la meta.
Arranca la historia con Burt (John Krasinski, preparad las carpetas) y Verona (Maya Rudolph), una pareja que descubre de la manera más insólita -imperdonable perderse la primera secuencia- que va a tener un bebé. En teoría apoyados por los padres de él, su vida tiene que ser replanteada cuando les anuncian que se van a vivir a Europa, por lo que Burt y Verona deciden cambiar de rumbo visitando a los amigos que tienen repartidos por América en busca de aquellos que les ofrezcan el modelo de la paternidad perfecta. Comienza así una insólita road movie con varias paradas por las que desfilan esos secundarios de los que antes hablaba. Genios de la interpretación entre los que destacan Carmen Ejogo, que regala el striptease más melancólico que se haya visto en pantalla, Allison Janney, la madre que delante de sus hijos no se calla, o Maggie Gyllenhaal, a la que dan ganas de soltar cuatro merecidas hostias por hippie cutre y trasnochada. Actrices todas que roban el plano, eso sí, con mucha elegancia, a la pareja protagonista.
Pero lo importante es que detrás de todo, de los abrigos, la nieve, los dibujos de órganos humanos, las camas elásticas, los carricoches, las niñas bolleras, las barbas, las frutas de plástico y las chanclas, nos encontramos con una radiografía generacional muy, muy inteligente que reivindica las emociones de una franja de edad que deambula perdida por culpa de una responsabilidad que les acecha. Un retrato emocional de esos a los que Sam Mendes acostumbra construido con la ayuda de unos personajes que, por una vez, y sin que sirva de precedente, dan esperanza. Gran director este marido de Kate Winslett… ¿O acaso hay mérito más grande que conseguir que un indie salga del cine, no con cara de estar oliendo mierda, sino con la sonrisa puesta en la cara? 7,5