Escasa afluencia de público al concierto de Marilyn Manson, no llegando a cubrir la mitad del Palacio de los Deportes. Los fans gregarios acudieron formando grupos de lo más dispar. Por un lado los papás rockeros cuarentones con el hijo adolescente, la pareja de novios con las amigas de la novia, los treintañeros de la periferia y no tan periferia, las adolescentes siniestras “amigas” de las hijas de Zapatero y los siniestros más convencidos ataviados para la ocasión: familias de sangre y de vida. Lo que Manson ha unido que no lo separe el hombre.
El show ofrecido tuvo momentos geniales con canciones de ‘Mechanical Animals’, ‘Antichrist Superstar’ y ‘Holy Wood’. Del último disco ‘The High End of Low’ sólo se hicieron memorables ‘Pretty as a Swastika’ y ‘We’re From America‘: puro estilo Manson. Ni rastro de ‘The Golden Age of Grotesque’ ni de ‘Eat me, Drink me’. Y es que el último lustro no ha sido nada significativo para la banda norteamericana. Han perdido fuelle y en directo también. ¿Qué sentido tienen esos largos parones entre canción y canción? Las veces que desaparecían del escenario daba la impresión de que aquello había acabado.
Lejos quedan las grandes puestas en escena de antaño. Si algo importante tenía Brian Warner era la capacidad para captar nuestra atención en todo momento, aunque no te interesara su género. Un escenario muy modesto y austero con tres fondos bastante pobres no le hizo ningún favor: un primero con símbolos de dólar como si fueran esvásticas, un segundo a modo de pared con palabras escritas en un baño público y un tercero con la bandera norteamericana. Ni circo, ni cabaret, ni burlesque, ni boas de plumas, ni nada que se le parezca. Solo provocó cierto desconcierto cuando se puso la bandera de la Comunidad de Madrid a modo de capa. Poco más de este breve concierto, apenas una hora y veinte minutos, de la extensa gira que está a punto de finalizar y que los ha llevado por cuatro continentes. Este cadáver ya no huele a muerto… 4
Foto: José Goulão para Flickr, dos días antes en Lisboa.