A nadie se le escapa que, como cualquier programa de televisión, ‘Lost’ tiene sus fans (que son muchos) y sus detractores. Pero fuera de esta visión simplista y maniquea del asunto, la serie se presta a un análisis un poco más profundo: quizá haya sido la primera que haya obligado a las cadenas a cambiar -dando un giro de 180 grados- su política de emisión de series de televisión que vienen de fuera.
Haciendo un poco de memoria, fue La 1 la que apostó primero por ‘Lost’. Avalada por la crítica, la televisión pública patinó estrepitosamente con las emisiones. Empezaron muy bien, pero poco a poco fueron perdiendo fuelle, quizá porque la audiencia no reaccionó ante un producto que no era ‘La que se avecina’, cambiaron su emisión a La 2 y terminaron poniendo capítulos que no tocaban, maltratando la serie y cambiando constantemente su horario. Como no hay peor castigo para un fan que permitir semejante tropelía, ‘Lost’ se acabó cancelando por falta de audiencia.
Los españoles nos vimos, por tanto, abocados a recurrir a la televisión de pago o a Internet como único lugar donde poder ver la producción de J. J. Abrams. Y con un terrible quebradero de cabeza: durante los primeros años de la serie (2004) las conexiones de ADSL en España funcionaban regular. Muchos se enteraban, además, de que el planteamiento inicial de los guionistas era crear «6 o 7 temporadas» (al final han sido 6), y pocos apostaban porque el invento -de tan largo- llegase a buen puerto.
Cuatro dio, sin embargo, el espaldarazo definitivo a ‘Lost’ en lo que a cadenas de televisión se refiere. Sorprendentemente anunciaron la emisión de todas las temporadas desde el 29 de abril de 2009. E incluso comenzaron a doblar y subtitular los episodios a marchas forzadas, permitiendo que los fans pudieran ver los capítulos la semana después de su emisión en EEUU. No fue suficiente: habituados a poderlos descargar de Internet al día siguiente, a nuevos servicios de descarga directa como Rapidshare o Megaupload y a unas conexiones a Internet mucho más rápidas, Cuatro no obtuvo el éxito que esperaba.
Pero la cadena no cejó en su empeño hasta anunciar, a tan solo una semana de la grand finale, que emitiría el último capítulo casi en directo, tan sólo 30 minutos de retraso, subtitulado y sin anuncios (lo que lleva al capítulo a concluir exactamente a la misma hora que en EEUU).
Por primera vez, miles de fans se levantarán, ojerosos, a horas intempestivas para enterarse de cómo finaliza esta relación de amor-odio que nos ha tenido en vilo seis años de nuestra vida. Por primera vez los fans no se verán obligados a recurrir a Internet, porque hay una alternativa. Por primera vez, una televisión española se arriesga sobremanera y toma una decisión que va en consecuencia con los requerimientos de la audiencia. Por primera vez en nuestro país, cientos de fanes adoran a Cuatro por darles la oportunidad de no perderse nada, de no sufrir con la posibilidad de que un estado de Facebook les fastidie un momento tan crucial como es el último capítulo de una serie por la que han sacrificado horas y horas de su tiempo. Por primera vez, los fans están agradecidos y no terriblemente enfadados con una cadena de televisión. Y eso no deja de ser historia de la televisión. Nadie sabe cuándo otro final de serie se vivirá así.