‘El Internado’ no acaba en el cielo

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‘El Internado’ no acaba en el cielo

Ya son pocas las series nacionales o internacionales que logran extenderse hasta siete temporadas. ‘El Internado’ ha sido una de las afortunadas. A lo largo de estos cuatro años los guionistas han logrado aportar diferentes giros en la trama que han ido manteniendo a la audiencia en vilo: desde la incorporación de la trama nazi estando bastante avanzada la serie, pero muy bien encajada, hasta la reinvención de la etapa cuarentena, la de esta última temporada que acaba de concluir en Antena 3.


La serie de Globomedia ha terminado con dignidad después de 71 capítulos, como los guionistas habían prometido. La pena es que ni en su último minuto, ‘El Internado’ se ha despojado de sus visibles defectos. Las últimas palabras de la serie están pronunciadas por uno de los repelentes personajes infantiles, con un injustificable e innecesario protagonismo; Amparo Baró interpretando a Jacinta pasa a la historia como uno de los personajes más desperdiciados de la historia de la televisión reciente; y quedan por explicar algunos puntos, relacionados con el hijo de Lucía, la ¿inmunidad? de Rebeca, dónde están los familiares de los 400 alumnos o los superiores de la jefa de policía durante los días de cuarentena, cómo han podido mantener la calma todos estos personajes que piensan que van a morir en 24 horas o por qué la chacha se pone su uniforme de chacha el día programado para escapar del Laguna Negra.

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Aun así, a pesar de estos y otros fallos a descubrir al revisitar viejos episodios (ver ‘Los archivos secretos’ no merece la pena, tiraron por la borda una idea genial al desaparecer el personaje de Ana de Armas y tuvieron que ser justificados en el último minuto de muy mala manera), la serie ha apuntado alto varias veces, tratando temas interesantes como la manipulación genética o la clonación, quizá sin resultados equiparables a la ficción internacional, pero sí entreteniendo, enganchando (y mucho) y demostrando que un formato de estas características tiene demanda en España.

El último episodio ha sumado nuevos muertos, buenos y malos, a la larga lista, pero no ha sorprendido demasiado ni para bien ni para mal, quizá porque el espectador ha tenido tiempo de acostumbrarse a que los guionistas generen tensión y emoción en todos los episodios, pero sin redondear las escenas hasta el notable alto. Han sido curiosos los guiños a ‘Lost’, a cual de los dos (los números, la escotilla) más innecesario en el desarrollo de esta trama que se ha sostenido tanto por sí sola como para ser exportada. Parecen, por un lado, una llamada a que se abra de una vez y sin personajes infantiles y familiares la puerta de la intriga en la ficción nacional, y por otro, un recordatorio de que las series internacionales tampoco son perfectas ni están bien cerradas ni exentas de su pequeña dosis de caspa.

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