Esta semana algunos fans de Audrey Hepburn que no tenían otra cosa mejor que hacer celebraron el 50 aniversario del estreno en cines de ‘Desayuno con diamantes’, adaptación cinematográfica del relato de Truman Capote. Una película aceptable si conseguimos desvincularla del libro pero a todas luces mema, blanda y cursi si hemos leído el relato original.
Es cierto que, recién vista la película para preparar este artículo, algo tiene el film de Edwards para que se le siga recordando. Es difícil no quedarse con la boca abierta con la primera escena, con esa fotografía en tonos pastel, con la escena de la fiesta, con el esfuerzo que hizo Audrey Hepburn para intentar hacer creíble el pasado de su personaje – un acento realmente extraño – aunque no lo consiguiera, con todo el diseño de producción, etc. También es cierto que es imposible ver la película y no pensar que aunque todo se sostenga por Audrey Hepburn, era Marilyn Monroe la actriz perfecta para encarnar a Holly Golightly. Truman Capote lo dijo desde un principio y a pesar de que luego admitió que el trabajo de Hepburn era lo mejor de la adaptación ese no era el personaje que él escribió. Toda la parte de Lula Mae es como la escena de Tony Cantó en ‘Todo sobre mi madre’. Sencillamente no hay quien se la crea.
Y luego está Mickey Rooney: un error mayúsculo. El propio Edwards, director capaz de mezclar la mayor sutileza y un humor de brocha gorda en la misma secuencia, admite en los extras del dvd que no hubo día de su vida en que no se arrepintiera de haber incluido en el montaje final el personaje de Rooney. También un par de actrices comentan que George Peppard fue un auténtico imbécil en el rodaje. Parece ser que el protagonista de ‘El Equipo A’ no llevaba muy bien eso de interpretar a un escritor en horas bajas que se acuesta con una mujer madura casada para poder pagarse el piso. Es que es probable que ni Peppard, ni los estudios, ni el público de la época estuvieran preparados para ver la historia de amor entre una puta – que ni siquiera se acuesta con sus clientes porque se conforma con el dinero que le dan para el tocador pero que elige sus amantes en función de su cuenta bancaria – y una especie de gigoló de tercera. Lo que sí es seguro es que en la actualidad el público no está preparado para ese final feliz tan absurdo y relamido. Ni siquiera Carrie Bradshaw.
Por qué Audrey Hepburn es considerada el súmmum de la elegancia por ‘Desayuno con Diamantes’ y no por ‘Charada’ o ‘Dos en la Carretera’, películas ambas dos infinitamente superiores, es un misterio que sólo el público puede responder. Público que decora sus paredes con carteles de la película, se fotografía delante del escaparate de Tiffany’s, se compra el antifaz para dormir de Holly o llama «Gato» a sus mascotas. Gente capaz de encumbrar a la alelada de Amélie Poulain a la categoría de icono. Y es que, como dice el dicho, hay gente para todo.