Partamos de la base de que nadie se esperaba que ‘El Topo’ fuese la obra maestra que es. Hollywood se ha encargado en estos últimos años de diluir la esencia del cine de espías mezclándolo con la consabida dosis de persecuciones, coches que explotan y acción más o menos justificada para intentar conseguir nuevos adeptos al género. ‘Duplicity‘ y la Trilogía Bourne son dos notables muestras del cine de espías reciente pero ninguna de ellas cuenta con ese barniz existencialista que hacía interesante el mundo de traiciones, lealtad y desmoronamiento del modo de vida occidental de las novelas de Le Carré. La primera es sexy, divertida, ingeniosa, con glamour -una especie de ‘Ocean’s Eleven’ protagonizada por agentes de la CIA- y la segunda es una puesta al día de la franquicia Bond. Ojo, son películas estupendas, efectivas e interesantes, pero eso no es cine de espías de la misma forma en que ‘Dancer in the Dark’ no era un musical a pesar de contar con números musicales.
El mundo de Smiley ya había sido llevado a la pantalla con anterioridad. La BBC se encargó de adaptar a la televisión ‘Tinker, Tailor, Soldier, Spy’ con Alec Guinness en la piel de George Smiley y el nunca suficientemente valorado Sidney Lumet dirigió ‘The Deadly affair‘ con un enorme James Mason interpretando al archienemigo de Karla. Quizá por eso los fans de Smiley nos echamos a temblar cuando Gary Oldman fue el elegido para llevar el peso en la adaptación de Tomas Alfredson. Oldman es conocido por sus interpretaciones histriónicas y por un gusto por el exceso que poco o nada tenía que ver con la imagen que el público tenía del mundo Le Carré. Una vez vista la película se puede afirmar que no solo Oldman realiza su mejor interpretación, superando incluso su trabajo en la magnífica ‘Bosque de Sombras’, sino que el protagonista de ‘Drácula’ recoge el testigo del Gregory Peck de ‘Matar a un ruiseñor’ y sin mover un músculo de la cara y con dos inflexiones en la voz, es Smiley de la misma forma en que Peck era Atticus Finch. Podemos hablar de escenas concretas, de miradas, de silencios y de cómo nunca un cambio de gafas ha dicho tanto de un personaje, pero todo eso sería redundante cuando estamos ante una interpretación de tal calibre.
Y si el actor protagonista supera la prueba, el elenco de secundarios no se queda atrás. La plana mayor del cine inglés saca sus mejores galas y, liderados por un Benedict Cumberbatch que demuestra que lo de Sherlock Holmes no es casualidad, consigue que nadie pueda imaginar a los miembros de Circus con otras caras. Los trabajos de John Hurt, Mark Strong y Colin Firth (protagonistas de una de las escenas finales más emotivas de la historia del cine) consiguen dotar a la película de una veracidad que ni el más torpe de los directores hubiera podido estropear.
De todas formas, ninguno de estos magníficos trabajos interpretativos hubiera podido salvar la película de no ser por la dirección de Tomas Alfredson y el guión de O’Connor y Straughan. Lo que podría haber sido una película de tres horas queda condensada en dos de auténtico cine sin que por ello la historia se vea afectada. Y no solo hay tiempo para resumir la trama gracias a una puesta en escena y a una estructura de guión ejemplares, sino que encima se deja el espacio suficiente para que los actores muestren las particularidades de los personajes sin que nada quede subrayado o expuesto en exceso. Las lágrimas de Mark Strong y Colin Firth o la escena en que Benedict Cumberbatch deja a su pareja son ejemplos de ello.
Pero los méritos de ‘El Topo’ no acaban ahí, y por si los actores, el director y los guionistas no fueran suficientes, la película cuenta con una dirección artística -hasta el humo de los cigarros parece de la época- que reforzada por la partitura de Alberto Iglesias consigue que ‘El Topo’ sea una de las mejores películas de este año y ojalá el inicio de la franquicia que las novelas de Le Carré se merecían. 9.