Diez años sin Carlos Berlanga

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Diez años sin Carlos Berlanga

No puedo decir que la música española surgida en los últimos años me haya dejado indiferente, ni soy de los que entonarían el clásico «cualquier tiempo pasado es mejor». Al contrario, la escena -o llamadla como queráis- de nuestro país vive un momento excelente, mirando menos que nunca hacia el exterior para copiar el aburrido hype de turno, y con propuestas sobresalientes, variadas y únicas que van desde la reivindicación del pasodoble (Single, Klaus & Kinski) a la vanguardia (El Guincho), pasando por el mejor pop-rock underground que hayamos podido conocer (Triángulo, Nudozurdo, Los Punsetes), el folclore asturiano (Lorena Álvarez) o el improbable repaso de la vida de matemáticos olvidados por el pueblo (Hidrogenesse).

Sin embargo, cuando se cumplen hoy diez años de la muerte de Carlos Berlanga, es más claro que nunca que su trabajo como compositor no ha conocido igual. Dejando al margen su participación anecdótica en aquel colectivo de punkies de la Transición llamado Kaka de luxe, y hasta, apurando, su tan traído y llevado papel en la Movida, su obra mostró una versatilidad fascinante, desde la admiración customizada por el disco de Chic (‘Deseo carnal’) al acid (‘Fan fatal’) pasando por el bolero (‘No es pecado’), el electropop elegante (‘Impermeable’) o la bossa (‘Indicios’), algo al alcance de muy pocos artistas y además siempre o casi desarrollado con tanta calidad.

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Cansa leer o ver documentales sobre el Berlanga vinculado a ‘Bailando’, la cansina ‘Ni tú ni nadie’ o a algún hit de Dinarama con el que en realidad no tuvo nada o casi nada que ver, como ‘Mi novio es un zombi’, de Los Vegetales, o ‘Quiero ser santa’, de Parálisis Permanente. El hijo de Luis García Berlanga, como Alaska y Nacho Canut, tiene su hueco guardado en la historia del pop español mucho más allá de eso, en su caso como compositor, arreglista e intérprete, como artista multidisciplinar (hilarantes sus tiras cómicas sobre la modernidad o la clase alta), y como líder de opinión, opción que quizá le habría horrorizado, como tantas cosas que hoy en día escribimos o pensamos sobre él, pero al fin y al cabo inevitable en una persona que tenía la excentricidad de apenas actuar en directo (una opción que me parece de lo más digna, honesta e interesante a medida que pasan los años, ahí está el majestuoso ejemplo de Kate Bush) y que poco antes de fallecer a consecuencia de una enfermedad hepática, declaraba que no tenía miedo a la muerte, que no se arrepentía de nada y que no quería llegar a viejo.

En estos 10 años se ha publicado algún recopilatorio con su obra, un disco de homenaje, ha salido un libro, se han organizado una exposición y un concierto y ahora se prepara un musical. Aunque su recuerdo no llene estadios como el de otras personas también talentosas que nos han dejado en los últimos años, parece claro que su legado está asumido por todos. Al fin y al cabo, pocos artistas españoles se adelantaron a su tiempo como él para comprender que la música pop era música pop al margen de etiquetas alternativas, indies y tonterías, colaborando tan pronto con Miguel Bosé como con Sara Montiel, Ibon Errazkin o Mikel de La Buena Vida. Cualquier recuerdo es poco para alguien así, capaz de escribir maravillas como ‘Cómo pudiste hacerme esto a mí’, ‘Vacaciones’, ‘Manga por hombro’, ‘Falsas costumbres’, ‘Entre las llamas’, ‘Egeo’, ‘Por desgracia no’, ‘Perlas ensangrentadas’ y otras gemas pop capaces de llenar un top 40 por sí solas. Por eso, durante las próximas semanas, seguiremos realizando un humilde homenaje en el que recordaremos su notable carrera, tanto en Pegamoides y Dinarama como en solitario.

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