Saltó la noticia: el festival Sónar cerraba la edición de 2012 con el mayor éxito en sus 19 años de historia. Los motivos de ese récord, valorado en la friolera de 98.000 asistentes (seguido por los 91.000 del año 2002, con Björk como cabeza de cartel) han sido analizados por los directores del festival, que sacan pecho ante la contundencia de las cifras. No es para menos, teniendo en cuenta la crisis, y sabiendo que estamos hablando de un festival que no es precisamente barato y que compite cada vez con festivales de precio más bajo (Low Cost, SOS 4.8 o Territorios Sevilla).
Los motivos de su consolidación son varios. Por un lado, ha aumentado el porcentaje de asistentes extranjeros hasta el 60%, principalmente británicos, alemanes y franceses, pero también estadounidenses, chinos o vietnamitas, hasta un total de 80 nacionalidades. El reconocimiento internacional que el Sónar se ha ganado después de años de trabajo ha terminado destacando cuando menos se podía esperar. Todos nos tenemos que sentir orgullosos de tener en nuestro país un festival que trata de esa forma tan especial algunos aspectos que a otros se les escapan: la imagen corporativa o la impecable gestión de la comunicación a la que nos tienen acostumbrados es difícil de superar. Y, por ejemplo, las retransmisiones en streaming de algunos conciertos vía YouTube han registrado unas 380.000 visitas en estos tres días, que ya es decir. Un dato más que ilustra el interés que suscita uno de los mejores festivales de Europa.
Por otra parte, también tiene responsabilidad el diseño de la programación de este año, claro está. En este sentido, la nómina de artistas seleccionados no daba la impresión a primera vista de ser capaz de conquistar tanto éxito. La propuesta ha sido fundamentalmente conservadora, o todo lo conservador que puede ser un festival «de música avanzada y new media art»: abundaron las apuestas seguras y reconocibles por el público más fiel, aquel que lleva años asistiendo a estos conciertos. Ha sido habitual la repetición de algunos durante estos días: Nicolas Jaar, Flying Lotus o New Order son algunos ejemplos de personalidades que han actuado dos veces en esta edición. Otros como Hot Chip, James Murphy o Richie Hawtin son habituales en el archivo histórico.
Pero el secreto del Sónar ha sido haber sabido renovar su público, localizarlo y ofrecerle todas las facilidades para que, sencillamente, se lo pase bien. Y sus resultados han sobrepasado las expectativas más optimistas. La mejor noticia no es solo que el Sónar garantice su sostenibilidad, sino que además su programación sea una buena mezcla, reflejo de esa nueva generación de músicos y productores muy jóvenes (como James Blake, Nicolas Jaar o Daniel Martin-McCormick, por citar algunos) que están actualizando la nómina de artistas habituales en este evento único dedicado a la cultura electrónica.