‘Fin’, la intención es lo que cuenta

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‘Fin’, la intención es lo que cuenta

A veces las buenas intenciones no son suficientes. Loables, sí. Dignas de elogio, también. Pero el cine, por desgracia, necesita de algo más para remover por dentro al espectador. Especialmente cuando a un género en teoría tan sencillo como el de catástrofes se le intenta dar una dimensión mayor de la que tiene. En esos casos el pulso del director debe ser de cirujano para que nada falle durante la operación, ya que los personajes, y no la historia, van a llevar el peso del relato. Jorge Torregrossa, que debuta detrás de la cámara en pantalla grande con ‘Fin’, hace lo posible por no matar al paciente. Y lo salva, sí, pero dejándolo en coma.

Y es que así parece que viven los personajes sobre los que gira este filme, nuevo éxito comercial del cine español que quizás habría llegado a mucho más si la duda no hubiera entrado en escena. Porque ante la perspectiva de adaptar al cine un argumento como el que presentó David Monteagudo en su novela solo había dos caminos posibles: o quedarse en la superficie y marcarse un Michael Bay, o tirarse a la piscina y dejarse llevar por la locura de Lars Von Trier. Pero nunca quedarse a medias.

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Al menos esa es la sensación con la que uno sale después de haber visto este largometraje en el que un grupo de amigos se enfrenta a un apocalipsis que nadie explica. Tampoco hace falta, el fin del mundo aquí es un simple catalizador para que esos amigos acaben echándose en cara sus miserias.

El problema es que lo hacen frente a un espectador que nunca termina de creerse el background que supuestamente comparten esas personas, algo fácilmente comprobable cuando te descubres totalmente insensible al goteo de desapariciones que suceden según va avanzando la película. ¿Llorarías porque un dibujante, después de trazar una simple línea, la borrara? Pues más o menos eso es lo que pasa en la pantalla, y eso que los actores, todos, hacen un considerable esfuerzo para que esa simple línea se perciba en tres dimensiones.

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Quizás por eso son las escenas puramente apocalípticas las que mejor funcionan, porque apuntan sin concesión a nuestros miedos más primitivos. De hecho, no hay monstruos extraños a los que echar la culpa de todo, sino que es la fuerza de la naturaleza la que provoca ataques de ansiedad en forma de perros enloquecidos o leones escapados de sus jaulas. Ahí sí que se vislumbra el instinto de Torregrossa que esperemos use más en su próxima película. 5.

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