‘Volver a nacer’, menos mal que está Penélope

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‘Volver a nacer’, menos mal que está Penélope

Con Penélope Cruz empieza a ser costumbre que se hable de lo mucho que destaca su interpretación en películas abocadas al desastre. A ver, que bravo por ella y por demostrar, para el que todavía siga sin creerlo, que es una actriz que puede con lo que le echen. Pero no sabemos hasta qué punto es recomendable que se gane la fama de «única razón» para pagar una entrada, que esto es como el cuento de Pedro y el lobo y al final te cansas. Picamos en ‘Vicky, Cristina, Barcelona’ y recaímos en ‘Nine’, dos que por lo menos le sirvieron para recibir el reconocimiento de los Oscar. Pero esta vez ni eso ha podido rascar de ‘Volver a nacer’, drama italiano convertido en comedia involuntaria que, eso sí, le ha valido para ser nominada al Goya este año. Algo es algo.

Lástima porque así, en principio, la cosa pintaba bien. Hace falta muy poco para que teniendo como fondo la Guerra de los Balcanes no consigas un filme capaz de, sin ser ambicioso, hacerte soltar la lágrima fácil. Por lo menos eso. Pero Sergio Castellitto, tomando como base una novela de su mujer Margaret Mazzantini, prefiere escapar de la sencillez para perderse en supuestos y grandilocuentes laberintos narrativos con una historia que, lejos de conseguir la empatía del espectador, deja indefenso y en la distancia ante tanto cliché y tanto descaro.

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Y es que salvo Pe todo es un cúmulo de despropósitos en este filme que narra el viaje a Sarajevo de una mujer italiana con su hijo de 16 años para asistir a la inauguración de una exposición de fotografías de guerra. Unas instantáneas cuyo autor era un joven americano con el que la mujer tuvo una relación en el pasado y con el que, después de muchos problemas, también tuvo un hijo. El mismo que ahora regresa para saber algo más de ese padre que por culpa de la guerra nunca llegó a conocer.

Un argumento simple y resultón sobre el papel que en pantalla se convierte en un galimatías de saltos temporales, truquitos de guión, supuestas escenas dramáticas y batiburrillo de géneros que, enfatizados por la música de Eduardo Cruz, autor de la banda sonora, te sacan del drama para pensar por qué hablan tan raro en esa película. Y no, no nos referimos al inglés, al serbio o al italiano, sino a las palabras utilizadas, demasiado artificiales para que nadie las crea. O al menos para que nadie que las diga te caiga bien.

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En definitiva, se demuestra que no hay nada peor que un director que no sepa qué quiere contar. O peor, que quiere contarlo todo. Algo ha fallado para que después de más de dos horas deteniéndose en cosas como una habitación decorada con fotos de Kurt Cobain que explota en el preciso instante que una paloma blanca se posa en la ventana; creas que lo más interesante es justo la historia paralela que cuenta a trompicones en los 10 minutos finales. En serio, si sólo hubiera contado esa historia… Pero oye, que Penélope bien, ¿eh? 4.

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