#LittleSecretFilm, ¿el mumbledogmacore español?

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#LittleSecretFilm, ¿el mumbledogmacore español?

Pillando a contramano a casi todo el mundo -dado que uno de los preceptos del decálogo de #littlesecretfilm era la no publicidad del rodaje y de las propias películas hasta su estreno, que debería ser en fecha secreta-, el movimiento, una mezcla patria entre algo tan definido como el dogma, por sus reglas y, por otra parte, tan indefinido como el mumblecore, por la forma de rodar y la espontaneidad alcanzada en muchos casos, ha generado un pequeño terremoto en el subterráneo del audiovisual español, tan poco dado a experimentos pero que, a su vez, había ido avisando de que un cine que siempre ha existido (el que se mueve en las esquinas del industrial) iba adquiriendo notoriedad y hasta trazos de perfilarse como generacional.

El movimiento cuenta con antecedentes que podríamos encontrar en nuestro cine, con nombres como Iván Zulueta, Paulino Viota o Pere Portabella, festivales como Punto de Vista o webs como Márgenes y nombres más recientes que están pero no están dentro de lo que podríamos considerar la industria del cine español (esa entelequia), como Isaki Lacuesta, Jaime Rosales o Albert Serra. Pero en general, con un espíritu mucho más pop que les acercarían a autores llamados a regenerar el cine comercial español desde la comedia (pienso en Vigalondo, Cobeaga o Ruiz Caldera, autor de la inmensa ‘Promoción fantasma’), los cineastas de #littlesecretfilm demuestran una sorprendente heterogeneidad en temas y estilos y, en algunos casos, hasta un asombroso acabado técnico de sus obras -recordemos- con el condicionante de haber sido rodadas en una sola jornada y sin un guión cerrado. Aunque previstos los estrenos de los quince largometrajes para el primero de febrero, al final dos de ellos no llegaron a tiempo y en otros la duración quedó por debajo de lo esperado. Tras el visionado de todos los disponibles, este es el escueto análisis (por razones lógicas) de los mismos.

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En ‘Manic Pixie Dream Girl‘ de Pablo Maqueda el título lleva a engaño. No se trata, en modo alguno, de una película en la que el arquetipo cada vez más explotado en el cine contemporáneo de ese ideal femenino de guionistas un poco pajilleros aparezca por ningún lado. Con una estructura en su mayor parte formada por videoblogs cruzados de cinco personajes, lo que la podría relacionar de algún modo con la fantástica ‘Blog’ de Elena Trapé (una de las mejores películas de adolescentes que ha dado nuestro cine), nos encontramos, sobre todo, ante una portentosa creación de la única actriz de la función, una camaleónica en lo físico, en lo gestual y en lo vocal Rocío León que roba todo el protagonismo, incluido el del propio director. Ella sola se mantiene todo el tiempo en cámara dando vida (no siempre con la misma fortuna, eso es cierto) a los cinco personajes, añadiendo matices en cada uno de ellos en una historia que parece ser lo menos importante por lo anecdótico y que nos remite a un lenguaje y a unos códigos reconocibles (Chris Croker en primer plano). Esa misma liviandad argumental juega a la contra porque hay momentos de tedio que parecen sólo justificarse por la exhibición actoral de la protagonista.

La sombra de Almodóvar planea por varias de las obras. En algunas más que sombra es una noche completa. Es el caso de ‘Cinema Verité, Verité‘ de Elena Manrique (productora de ‘Celda 211’). Un paseo nocturno por un Madrid reconocible tras los pasos de la DJ Sasa en el que se mezcla un discurso un poco grueso de feminismo y anticapitalismo, pero que no se explota de forma narrativa más que en contadas ocasiones (el intento de aprovecharse de ella por la promotora). A pesar del muy buen uso de la música, de los mejores a nivel técnico y estético, la película se pierde en demasiados tiempos muertos y una parte final absolutamente rendida al cliché almodovariano (sobre todo desde la aparición de la cineasta Chus Gutiérrez con autohomenaje a su pasado musical incluido). Interesante.

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Por desgracia dos de las cintas que tocan de manera explícita el tema musical son fallidas. Por un lado, la bienintencionada ‘16th Folk Room‘ de Víctor Alonso no es más que la sucesión ininterrumpida de 16 actos de folk londinense. Y ya. Filmada cada actuación en un único plano, en algunos momentos busca un acercamiento estético original o algo más dinámico, pero todo se juega a que te interese más o menos la canción elegida y que te descubran algún artista. En mi caso a la subyugante Maggie Jane Rose, que me recordó a la mejor Jewel.

La otra que toca el tema musical es ‘Kiln. Proyecto Z24 14B1‘ de Héctor G. Barnes. Crítico de, entre otros medios, Ruta 66, parece fascinado por la mitología del rock. Su formato de falso documental sobre una banda que pretende hacernos pasar por legendaria, pero sin material “real” (aunque sea rodado por él mismo), deja muy tocada a la película, que jamás despega y no transmite nada de la supuesta importancia del grupo en el pasado de cara a su reunión. Tampoco ayudan unas actuaciones menos que discretas en algunos casos. Al final queda más la sensación de “falso” que de “documental” y claro, así no hay manera de entrar.

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Hay varias aproximaciones al fantástico y cine de ciencia ficción más o menos ortodoxo con resultados dispares. Sin duda la mejor es ‘Nova‘. Cuesta creer (de hecho hay que hacer un esfuerzo para no ponerlo en duda) que sea rodada bajo los preceptos exigidos en el decálogo de la propuesta. Sus autores Bruno Teixidor (‘El Cosmonauta’) y Ezequiel Romero (de la webserie pendientedetitulo.com, también actor aquí) rodaban cada cual con su propio equipo y su propia parte de la trama sin consultar a la otra mitad del proyecto para confluir en una única historia. Técnicamente a años luz del resto, con un acabado, una puesta en escena y una postproducción dignos de un presupuesto medio (no de uno inexistente como aquí), presenta un resultado un poco dispar en ambas mitades y exuda un poético halo de romanticismo desesperado, aunque a veces haya lagunas de guión y reiteraciones en su parte central dañando un poco el resultado final, por otra parte más que estimable. Entretenida y bonita.

Anfibia‘ de Hugo Álvarez Gómez, en cambio, es todo lo contrario. Estéticamente feísta, comienza como una especie de obvia cita a ‘Repulsión’ de Polanski para luego mutar hacia algún lugar que pretende invocar a ambientes puramente lynchianos, pero sin acabar de proponer nada más que un confuso argumento en el que su poco más de media hora se hace agotadoramente larga. De lo menos destacado. También adscrito al fantástico, en este caso al subgénero de los viajes en el tiempo, es la simpática pero deslavazada ‘Iron Cock Unchained‘ de Laredo Pictures. Una más de las varias en blanco y negro, presenta momentos de planos rodados con mucho gusto y hasta elegancia, aunque la cochambre general de las localizaciones, el inesperado humor de raíz torrentiana y unas interpretaciones un poco pobres de alguno de los actores (es una a las que más pesa lo improvisado del asunto) hacen que su tono de serie Z mezclando un Mad Doctor, policías fronterizos o Gallos de Barcelos como esperpéntico McGuffin, no alcance el tono de delirio que parece pedir a gritos.

Entre lo peor está la decepcionante ‘Mi Porno Favorito‘ de Carlos Padial, que en unos interminables 11 minutos se dedica a repetir una y otra vez el mismo chiste que tampoco es demasiado gracioso. En lo personal enfría mucho las expectativas para la muy esperada por mí ‘Mi Loco Erasmus’, debut en largo de su autor. Aún más incomprensible es ‘Los Desórdenes Sentimentales‘ de Ramón Alfonso. Al principio pensé que se trataba de una parodia de un tipo cansino de cine de autor muy definido, a la manera de ‘Starship Troopers’ (parodia del cine de acción descerebrado). Tardé bastante metraje en aceptar que no se trataba de una parodia de ese cine sino que era una obra propia de ese mismo cine. A mi entender no se entiende meterse en un proyecto con todas las libertades posibles dentro de las restricciones que se imponen para hacer algo tan convencional. Hasta el blanco y negro elegido parece postizo. Supongo que tendrá su público pero ese no soy yo.

Undo Infinito‘ de Alex Mendibil naufraga por otras razones muy diferentes. Mucho más ambiciosa a todos los niveles (argumental, estético), todo el rato establece con el espectador un diálogo metalingüístico que propone desde la misma sinopsis como reflexión sobre la imagen y el receptor de la misma. Pero, como la propia película, entre multitud de referencias más o menos veladas, la fragmentación, más que metáfora, la convierte en pastiche. Propone varias cosas interesantes (ese inicio puramente intertextual, la charla sobre la pervivencia del cine o lo digital y cómo afecta esto a la recepción y al cambio de representación en el lenguaje audiovisual, las diferentes texturas, la mezcla de géneros y materiales visuales…). Muchas ideas que en su parte final parecen querer confluir en una, en la apuntada en la sinopsis, pero que no se ven reflejadas en el resultado más que por la información previa y, de manera demasiado abrupta y poco sutil, remarcada casi en la conclusión. Buenas cosas mal dispuestas.

La Pájara‘ de la escritora Jimina Sabadú se gana la sonrisa desde el primer minuto. Narrada en forma de fábula con ecos burtonianos pero también con referentes más cercanos como Vainica Doble o Azcona, no vuela más alto por unas deficiencias técnicas a veces un poco desesperantes (la escena inicial es casi inaudible). Unos personajes en general muy entrañables y con matices (excepto los hijos, demasiado estereotipados, muy vistos y de trazo poco sutil) y la sensación de que con un poco más de trabajo sobre la historia podría haberse alcanzado un resultado mucho más contundente dejan un sabor agridulce imaginando lo que casi es pero no llega a ser.

Confieso mi simpatía por Jordi Costa. Él representa el triunfo de “los nuestros”. Surgido del entorno fanzinero, de la cultura pop y hasta más colindante con el espíritu outsider, su ascenso a crítico estrella en un medio como El País, compartiendo espacio con la representación de la muerte en vida de la crítica cinematográfica, la naftalina de la misma, el elogio del inmovilismo y hasta de la propia ignorancia como es el caso de Carlos Boyero, no puede ser más que un soplo de novedad y aire fresco en una sección «cultura» que navega hacia simas cada vez más profundas desde la llegada de Borja Hermoso como responsable. Su película ‘Piccolo Grande Amore‘ es de las más originales e interesantes, aunque no se libra de unas dosis de irregularidad inherentes a casi todos los proyectos. Como otras, es una película partida en dos. Dos historias que casan porque sus responsables quieren que sea así y porque nosotros aceptamos ese juego. Por un lado, una especie de musical estático homenaje a la gran canción italiana, una película de mujeres (otra vez la sombra de Almodóvar aparece), y por otro, una disparatada historia de profecías apocalípticas en un show de un desatado y divertidísimo Ignatius Farray al que Costa deja explayarse y hacer su propia película. El final, vulgar, tontaina, facilón e indigno, tira al traste con el misterio y elegancia de gran parte del metraje. Resumir el suspense en un chiste malo y un gag de rutinario sketch televisivo como ocurre con el secreto desvelado de la verdadera naturaleza del personaje de Emilio Gaviria es decepcionante. Sin desmerecer al autor, hay que hacer notar que la escena de apertura con Eva Llorach rodada por Carlos Vermut (‘Diamond Flash‘) es lo mejor de toda la película gracias a una potencia visual apabullante en un aparente y sencillo fragmento rodado en un solo plano fijo. Como en todos los casos, la obra viene firmada por el colectivo de participantes dada la naturaleza abierta del guión. En este caso, además, se reconoce en los créditos a las canciones, cosa que, sorprendentemente, en la gran mayoría de los casos no sucede aunque en algunas películas la música es casi omnipresente.

Cuando me decidí a ver todos las películas del proyecto pensé que me encontraría con apuestas inquietas, pobreza técnica en algunos casos, algún descubrimiento, mucha cinefilia y, sobre todo, varios intentos de hacer ‘Antes del Atardecer’ de Linklater. Lo que no esperaba encontrarme era una obra radical, extraordinaria, deslumbrante, con aire de objeto único e irrepetible. Un OCNI (Objeto Cinematográfico No Identificado) capaz de perturbar de manera extrema el cinéfilo que hay en mí. No sé quién es Pablo Vázquez y si tiene mucho más dónde escarbar. En la información adicional del site se dice que es escritor y guionista y que forma parte de la web La Paz Mundial, de la que recuerdo bien un magnífico artículo del crítico Raúl Acín llamado “Fascismo Pop”. ‘Desmadre en la Noche de la Quietud‘ comienza de una manera que me enfada. Los créditos repiten los nombres de los actores en varias ocasiones buscando el chiste epatante e irónico y uno se teme lo peor. La cosa empeora con un monólogo inicial de la actriz principal al teléfono que se hace interminable y que no parece tener otro objeto que desesperar. Tras esto, una escena de naderías cotidianas. ¿Estábamos ante un remedo sin gracia de ‘Stranger than Paradise’ de Jarmush? ¿Una película de habitaciones, con blanco y negro para retratar cierto tedio y una búsqueda de humor seco? Pero había algo que extrañaba y no encajaba en ese molde.

Al poco la película se convierte en su propio making of y comienza una sucesión de situaciones que van subiendo el nivel de absurdo y disparate en una carrera hacia la estratosfera. La aparición del segundo personaje, hermano de la protagonista, y un nuevo cambio de género hacia el falso documental vuelven a incomodar por la incapacidad para situarse. El personaje de Hugo (interpretado de manera excelente por Hugo Alvarez Gómez, director de ‘Anfibia’) es de una comicidad involuntaria y un grado de estúpida inocencia que parece salido de la siempre reivindicable ‘Idiocracy’ (Mike Judge). Sus expresiones verbales y faciales, su absoluta lealtad y creencia en el personaje de su hermana contienen un grado de ternura a veces difícilmente soportable. El humor esquinado que destila toda la película puede provocar rechazo. Todo se convierte en una farsa con ecos del ‘Zelig’ de Allen en la que unas personalidades adaptables al imaginario de la representación de la fama hace que dos imbéciles vivan su mundo de (poco) lujo y (mucha) miseria en situaciones y conversaciones que parecen sacadas del diálogo-entrevista absurdo de Almodóvar y McNamara en ‘La Edad de Oro’, ante la incapacidad de Paloma Chamorro de frenar el torrente de delirio que se iba construyendo frente a ella. El humor imprevisible (al contrario de lo que amenazaba el inicio de la película) es el pilar sobre el que se sustenta toda la narrativa. Un humor con clara herencia del universo Mondo Brutto o de secuelas de más baja gradación de este como Viruete o incluso ‘Amanece que no es Poco’ o ‘Total’ de Cuerda. Buscando más conexiones, podríamos relacionarla con los inicios de lo que se dio en llamar La Comedia Madrileña o instalarla en universos colindantes como los de Chico y Chica, porque los protagonistas podrían perfectamente ser parte de sus canciones. Sus expresiones desbordantes de naturalidad encajarían como un guante en las historias de los autores de ‘Status’.

La película es excesiva, yéndose a la hora y tres cuartos, con momentos cuyo objetivo parece ser sólo la irritación del potencial espectador y que no acaban de funcionar (pienso en la escena de sostener las miradas que se agota en un momento dado pero aun así el autor no tiene el arrojo de cortarla y la estira hasta lo no recomendable). Pero contiene suficiente material para convertirse en una obra que debería generar un culto instantáneo y creciente. No sería descabellado pensar en reuniones de personas recitando diálogos de memoria o representando alguna de las escenas peluca en ristre. Contiene un material inflamable de extraordinaria potencia. A destacar las escenas de sexo más extravagantes que se verán en 2013 y el repaso a los invitados de ‘La Noche de la Quietud’, uno de los momentos más cómicos que he presenciado en mucho tiempo y que es necesario ver, al menos, un par de veces para aprehenderlo en toda su magnitud. El desfile de nombres, el patetismo de las llamadas de Hugo o la chispeante naturalidad de Lucía hablando con un Star System herrumbroso para que se pasen por la fiesta definitiva revelan una capacidad de inventar y representar un universo brillante y compartido. Porque uno de los puntos fuertes de la película es que más allá de su comicidad o de su capacidad para la sorpresa inagotable es que nos ofrece un espejo en el que no es complicado sentirse reflejado. Te ríes y te ríes con ese par de desgraciados y sus delirios de grandeza hasta que aceptas que tú mismo no estás muy lejos de ellos con tus fantasías de conversaciones y auténticas autoentrevistas falsas sintiéndonos estrellas con un cepillo de dientes ejerciendo de micro, jaleados por una multitud que no está más que en nuestras cabezas pero que podemos escuchar con claridad, casi sintiendo su cercanía y calor. Y entonces se revela todo el abismo de tristeza que contiene la película. Una tristeza por ellos pero que tampoco sería raro sentir por uno mismo.

Con ciertos deslices menores como el demasiado convencional -y hasta contradictorio con todo lo visto- desenlace y una patente falta de medida en algunos momentos, la película se convierte en una de las más extraordinarias de los últimos meses y la más perturbadora de nuestro cine reciente junto a otra obra radical y única nacida de lo inesperado (y también con poso almodovariano) como es ‘Diamond Flash’. Un hito.

Para terminar me gustaría destacar a modo de reflexión que sólo tres de las quince propuestas están hechas por mujeres, lo cual no sé cómo interpretar pero sigue perpetuando la disparidad numérica tras las cámaras. Un mal endémico no exclusivo de nuestro cine, cuando algunos años en los Premios de la industria, los Goya, ha habido en la categoría de director dos mujeres y dos hombres nominados. ¿No contactaron con ellas los impulsores del proyecto? ¿No se prestaron ellas? Porque aquí no se puede hablar de discriminación por evaluación de riesgos, excusa que parece subyacer en la misoginia a la hora de acceder a proyectos en el cine norteamericano según un reciente e interesante estudio dado a conocer en el último festival de Sundance. Quizá un tema colateral pero no por ello ajeno a la iniciativa.

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