‘Dos días en Nueva York’: Julie Delpy se viste de Allen

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‘Dos días en Nueva York’: Julie Delpy se viste de Allen

De promesa del cine europeo y musa indie de los noventa gracias a ‘Tres colores: Blanco’ (1994) y ‘Antes del amanecer’ (1995), a cuarentona olvidada con el cambio de milenio. Pero no. Julie Delpy se reveló contra el destino habitual de las actrices maduras y en 2002 debutó como guionista y directora en ‘Looking for Jimmy’. “Si no me dan papeles”, debió pensar, “ya me los fabrico yo misma”.

Y no le salió mal. En 2007 rodó su mejor película, ‘2 días en París’. Tras esa woodyalleniana y desenfadada comedia romántica dirigió tres más: ‘La condesa’ (2009), un curioso acercamiento a la figura de la “vampiresa” Elisabeth Bathory, la premiada comedia familiar ‘El Skylab’ (2011), y ‘Dos días en Nueva York’, la secuela de ‘2 días en París’ que se estrena esta semana coincidiendo con la presentación en la Berlinale de ‘Antes de medianoche’, el esperado cierre de la trilogía romántica de Richard Linklater protagonizada por Ethan Hawke y la propia Julie Delpy.

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‘Dos días en Nueva York’ llega a la cartelera española renqueando, aquejada de lo que podríamos denominar “mal de la secuela de comedia”, una enfermedad fílmica caracterizada por síntomas como la tendencia a la repetición, la sensación de fatigoso deja vu o la impresión de estar viendo lo mismo con otro envoltorio. La directora se vuelve a poner el traje de Woody Allen (que aquí le queda aún más grande) y aplica el mismo esquema argumental y parecido discurso que la primera.

La Delpy construye su película sobre dos pilares dramáticos: las tensiones familiares y conyugales, y el choque cultural (entre franceses ordinarios y neoyorquinos sofisticados). El resultado es una comedia modesta y simpática, una irregular sucesión de gags que provocan más o menos gracia dependiendo de si los protagoniza o no Chris Rock. El cómico estadounidense hace un papel que recuerda a los personajes que suele interpretar Ben Stiller: es el objetivo de las burlas de los demás personajes (aquí centradas en los equívocos con el idioma) y el protagonista de las situaciones embarazosas que éstos provocan.

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El mayor problema de la película viene provocado por una mala decisión: dejar que, conforme avanza el relato, el humor pierda peso en favor del drama con barniz lírico. Es como si la directora, incómoda por tanta ligereza, quisiera inyectar un poco de profundidad dramática a su película. Y lo hace de la peor forma, explicando la desorientación vital de su protagonista por medio de un forzado paseo por un desfile de Halloween, a través de una grotesca conversación con un Vicent Gallo disfrazado de moderno Mefistófeles, y con el (ab)uso simbólico de la figura de una paloma. Un decepcionante desenlace para un agradable pasatiempo. 6.

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