Conseguir un premio en un festival no asegura nunca el favor del público. De hecho, hay veces que incluso te condena al ostracismo, ya que el espectador medio, ese que acude al cine muy de vez en cuando, seguramente saldrá echando pestes de cualquier película galardonada que se salga de las normas establecidas por el cine comercial. Y es que ganar un Oscar no es lo mismo que ganar el Gran Premio del Jurado en Cannes. El primero te da taquilla, el segundo, salvo contadas ocasiones, el aplauso de la crítica y nada más.
‘Érase una vez en Anatolia’, del director turco Nuri Bilge Ceylan, entra dentro del segundo grupo. No imagino al público que acude a las sesiones del sábado tarde saliendo encantado después de haberse pasado tres horas visionando una de las ganadoras de la edición de 2011. Siendo sinceros, de hecho no imagino a nadie saliendo encantado, ya que esta propuesta de cine contemplativo, construido por planos interminables y escenas en las que parece que nunca pasa nada, sólo se aprecia cuando se reposa.
Curiosa digestión para un argumento que, en principio, no parece complicado: tres coches con policías, médicos forenses, un juez y un supuesto asesino recorren las carreteras de un paisaje rural en busca de un cuerpo enterrado. Material para una «road movie» clásica que se convierte en manos de este realizador en una experiencia densa y complicada no apta para todos los públicos. Y es que a veces sufrir es la experiencia buscada. Sublimación creo que se llama. Es la conclusión clara después de comprobar que el alivio llega al final con una larga secuencia centrada en una autopsia. Ahí es nada. 6,8.