En la facultad de periodismo aprendes rápido que la objetividad, por definición, no existe. Que cualquier historia desde el momento que se cuenta ya está siendo sesgada por un narrador obligado a enfatizar determinados hechos y a ocultar otros tantos para construir un relato. Esto no significa que todo el mundo mienta, sino más bien que cada uno cuenta una verdad. Su verdad.
Comprobar hasta qué punto se puede descubrir la verdad suprema escondida en todas estas verdades personales es lo que intenta Sarah Polley con ‘Stories We Tell’, un enorme documental autobiográfico que podemos ver estos días en el Atlántida Film Fest y en el que la canadiense demuestra, como hemos podido comprobar hace nada con la fantástica ‘Searching For Sugar Man’, que este género tiene todas las papeletas para convertirse en las nuevas series, que a su vez eran el nuevo cine. Vamos, en lo más.
Y lo consigue porque sin traicionar las reglas del formato, y adentrándose en un terreno tan peligroso como el de utilizar el cine como terapia psicológica para exorcizar demonios personales, Polley firma una película que comienza pareciendo un homenaje a su madre fallecida pero que capa a capa, o mejor dicho, entrevista a entrevista con la gente que la conoció (su familia, sus amigos, sus compañeros de trabajo), acaba creando un retrato mucho más profundo que, a raíz de un giro inesperado en el argumento, nos obliga a plantearnos la respuesta correcta a cuestiones difíciles de encontrar en las alegorías maternas. Preguntas profundas e incómodas que a los que tienen problemas lavando trapos sucios familiares, es decir a todos, nos ayudan a comprender que nadie a nuestro alrededor es un personaje escrito a medida de nuestra comedia, sino personas reales con sus luces y sus muchas sombras.
El proceso de aceptación de esas sombras es lo que convierte en imprescindible a esta ‘Stories We Tell’, una película que en manos de cualquier otro podría convertirse en un rancio folletín telenovelesco, pero que pasado por el tamiz Sarah Polley consigue tocar resortes internos a los que no siempre gusta llegar. 8,5.