Por muy centralista que suene este comentario, quizá como resaca de la Movida, todos sabemos que no hay disco de Fangoria que esté completamente lanzado hasta que no se presenta en directo en Madrid. Es algo así como su bautizo definitivo. Y esta semana, más de dos meses después de su publicación y tras pasar por ciudades como Burgos o Bilbao, por fin hemos podido comprobar qué tal le sienta el directo a las nuevas canciones del grupo, ya que el setlist que defendieron Alaska y Nacho las dos noches que han tocado en el Circo Price incluía casi la totalidad de temas que componen su particular ‘Cuatricromía’.
Después de un miércoles a reventar, según nos dijeron, ya que para esa fecha no pudimos conseguir entrada, el jueves tanto la pista como las gradas del Price lucían algo más vacías, y quizás por eso, salvo en las primeras filas donde siempre se da todo, al público le costó en un principio entrar en calor por efecto contagio cuando Alaska, sin apenas introducción, apareció en un escenario minimalista iluminado de amarillo para cantar ‘Peligros’, canción que en el disco se presta al repeat pero que inexplicablemente en vivo, se queda al borde de hits como ‘Electricistas’. Este fue el siguiente tema que, en una versión más bakala acorde con la temática del bloque amarillo, hizo saltar a todos los que esperábamos esa reconciliación definitiva del grupo con ‘Una temporada en el infierno’.
Reconciliación que se confirmó cuando tras defender con curiosa coreografía en ‘Un robot no cree en Dios’, el primer éxito inesperado de la noche, y ‘Errores garrafales’, que tampoco funciona nada mal en directo, Alaska se lanzó a cantar ‘Me odio cuando miento’, provocando una pequeña sucesión de éxtasis individuales entre el público.
Una canción necesaria que dio paso a un bloque negro que, a pesar de ser “darks”, nos ofreció la inusual imagen de ver a Nacho Canut bailando y tocando unos cascabeles en ‘Lo tuyo no es normal’, tema cuya enrevesada letra hizo que Alaska mirara más de lo acostumbrado el telepronter, eso sí, disimulando el gesto con estudiados golpes de pelazo. ‘El mundo conspira contra ti’, también del EP negro, se quedó todavía más pequeña de lo que es por sonar justo después de ‘La pequeña edad de hielo’ y antes de ‘Perlas ensangrentadas’, responsables de que lo que no terminaba de remontar empezara su camino ascendente.
Una subida de ánimo que se vio interrumpida por ‘Ecos de ayer’, una de mis preferidas del nuevo álbum pero que cortó de golpe ese karaoke colectivo que suele formarse en los conciertos de Fangoria (si te toca al lado alguien que canta mal estás jodido); y sobre todo por un interludio en el que el ballet Fantasía, con coreografías durante todo el show que resulta complicado defender, se montó un momento de homenaje colegial al ‘Girl Gone Wild’ del MDNA Tour de Madonna al que le faltó coordinación y un botafumeiro.
Por suerte para todos aquello duró poco y con cadenas de por medio Alaska se lanzó a lo seguro con ‘Retorciendo palabras’, capaz de resucitar a un muerto y responsable de abrir la sección magenta que triunfó, y mucho, con ‘Tormenta solar perfecta’, que a juzgar por el recibimiento deberían planteársela ya como posible segundo single del disco. Con el estado de ánimo tan arriba llegó el momento de la sorpresa y pegarse el lujazo de tocar una inédita magenta, ‘La sombra de una traición’, que le quitó el sitio a la desaparecida ‘Viaje a ninguna parte’ y nos hizo volver a preguntarnos por qué no la incluirían en el disco. Cerraron sección con ‘Rendez-Vous espacial’, otro trallazo que de momento pierde en directo por faltarle fuerza y volumen. Habrá que darle recorrido.
Conscientes de que el final es lo que siempre queda, un ‘Absolutamente’ dedicado a Sara Montiel (con cambio de letra incluido) sirvió de transición al esperado color azul, el más accesible para el fan medio gracias a la labor de producción de Guille Milkyway. De hecho de este bloque sí que cayeron todas las del EP con un ‘Más es más’ por ahí metido entre medias, es decir, ‘Para volver a empezar’, ‘Piensa en positivo’ y, por supuesto, dos que ya se confirman como clásicos imperecederos del grupo como ‘Desfachatez’ y ‘Dramas y comedias’.
¿Punto y final? En este momento, con el público tan subidito, podrían haberlo hecho, pero el bis, aunque sea programado, sigue siendo obligado. Y así volvió a salir toda la formación al escenario para soltar cuatro coletazos como ‘Cuatro colores’, ‘Caprichos de un corazón estrafalario’, ‘A quién le importa’ remezclado con el ‘It´s A Sin’ de los Pet Shop Boys (el miércoles por lo visto eligieron tocar ‘Ni tú ni nadie’) y, para terminar, ‘No sé qué me das’, que dejó al público agotado y a Alaska más contenta de lo que parecía cuando salió dos horas antes al escenario.
A la salida, por supuesto, se encendió el eterno debate despertado sobre todo por aquellos que habían visto el concierto en grada. ¿Había un exceso de voces pregrabadas? ¿Era necesario ese cuerpo de baile? ¿Sonaron bien? En la pista, al menos, esas preguntas ni se plantearon. Es cierto que no vivimos ninguna Epifanía, por otro lado algo normal cuando el disco es tan nuevo, pero asumidos los fallos que tiene el grupo desde hace años y que ahí siguen estando, tampoco es para tirarse de los pelos, que sabías a lo que venías, chato. 7
Muy fría fue la acogida a Monarchy en un principio. Sobre todo por el escaso público que tuvo interés en escuchar al dúo londinense avalado por Fangoria para los dos conciertos de esta semana en Madrid y para el 31 de mayo en Razzmatazz. Por suerte lograron una estupenda conexión gradualmente. No solo por la ayuda de pedir palmas en varias ocasiones, encaramarse a los bafles o mostrar agradecimiento a sus anfitriones en un par de ocasiones. La clave fundamental estuvo en la estupenda voz de su cantante desenmascarado Edward Nigma. Él fue el único que no se ocultó. El resto de la banda formada por un batería y un bajista sí lo hizo, además del teclista Peter Uzzle. Aunque fue evidente la importancia del uso de vocoder, sería injusto no mencionar algún punto de falsete vocal muy favorable para la condensación de pop electrónico, a la par que oscuro, en un repertorio que se asienta con gracia en la pista de baile, sólo ligeramente empañado hacia el final con ‘Disintegration’, donde apenas pudimos escuchar la voz enlatada de Dita Von Teese. Muy distintos fueron los momentos álgidos de la versión de Lana del Rey, una irreconocible ‘Video Games’, y de ‘Maybe I’m Crazy’, para cerrar con buena mano y mejor pie un buen manojo de melodías que no dejan de ser adictivas cara a cara. O mejor dicho máscara a cara. Sr John.