La Bien Querida actuaba en la segunda jornada del Sónar en plena sobremesa acompañada por fieles y curiosos reunidos a pleno sol para comprobar cómo sonaba ‘Ceremonia’ y su repertorio anterior tras el giro electrónico dado con este disco. Si los problemas técnicos marcaron su concierto de la pasada edición del Primavera Sound, que muchos recordaban ayer, para esta ocasión la suerte estuvo del lado de Ana, vestida con un oportuno minishort festivalero. En algún momento el sonido era mejorable, pero el camino emprendido da buenos resultados incluso en temas antiguos como ‘Queridos Tamarindos’, que tocaron sobre las bases del ‘Trans Europe Express’ de Kraftwerk. ‘A veces ni eso’ levantó al público que se derretía sobre el césped artificial y la aprobación a su set fue en aumento, con unos últimos temas memorables.
A continuación llegaba el turno de una de las apuestas del festival, las islandesas Sísy Ey, que venían precedidas por el éxito de su actuación en Sónar Reykjavík, perfilándose como uno de los descubrimientos del festival. El trío, acompañado por el productor Oculussu, no conquistó al público tanto como suponemos que pasó en la edición islandesa (quizás les hubiera venido mejor la noche), pero desplegó en cualquier caso un house muy próximo al de sus paisanos Gus Gus y también al sonido Goldfrapp. A día de hoy todavía no tienen nada publicado salvo la gran ‘Ain’t Got Nobody’, que como el resto de canciones que interpretaron, de melodías suaves y fácil escucha, sigue una línea muy definida que puede parecer redundante, pero en donde prevalece la inmediatez y cierto tono colorista. Ganas de escuchar el disco completo.
Mientras tanto, en SonarHall actuaba Christeene junto a T. Gravel y C. Baby. Ya habíamos podido disfrutar de algunos de sus vídeos, que ofrecen una ligera idea de cómo es su espectáculo: buena nota de color entre abanicos rosas, coreografías imposibles, nudismo, slips, parafernalia sex shop y algún que otro speech reivindicativo. Sin duda, una de las actuaciones más subiditas de tono de las que hemos visto en todos los años de Sónar.
Lamentamos que la sesión de Matthew Herbert no estuviera a la altura de otras ocasiones, aunque ya se sabe que a él, artista inquieto, nunca le ha gustado poner las cosas fáciles a la audiencia. Su set tuvo pocas concesiones al baile, seguro que no tantas como al público le hubiera gustado, destacando más bien sus atrevidas incursiones en el ruidismo, la inclusión de pequeños cortes de melodías reconocibles sobre canciones larguísimas y su conocido trabajo con su ex, Dani Siciliano, cuando pinchó ‘The Audience’ para regocijo de sus muchos admiradores.
Curtido en la escena barcelonesa y con segundo disco recién publicado, bRUNA pasó la prueba de fuego con una explosión de sonidos electrónicos y voces de fondo como las que podemos oír en ‘Thence’. Aprovechando el 20 aniversario del Sónar ha tenido la gentileza de subir una sesión muy recomendable en la que podemos encontrar desde M.I.A. hasta Broadcast, pasando por Fever Ray, Metro Area, Yazoo, Chic o Beastie Boys.
El escenario SonarHall está demostrando que en la música experimental también tiene cabida el hedonismo, y la trascendencia en la pista de baile. En la jornada de ayer destacó, y de qué manera, el show audiovisual del alemán Atom TM, que presentaba ‘HD’ (2013, Raster-Noton). Que el público que abarrotaba el espacio se quedara con ganas de mucho más es una prueba de las virtudes de su experimento, apoyado sobre unos visuales muy sólidos. A continuación, sus compañeros (y uno de sus jefes) Alva Noto y Byetone, que con Diamond Version siguen demostrando que tienen talento y experiencia, dejando nuevamente al público encantado.
Mucho se dice que Jamie Lidell tiene algo del funk de Prince. En directo ofrece un gran espectáculo sin atreverse a llevar los tacones del artista de Minneapolis. Como buen hombre orquesta, con un par de teclados y su voz afectada, consiguió que el público moviera las caderas más de lo esperado. Luego fue el turno de Modeselektor en versión dj set (¿alguna vez hicieron otra cosa?), pero mucha gente abandonó temprano porque a las 22:45 comenzaba el concierto más prometedor del festival.
A Kraftwerk, más que unos invitados se les considera desde hace tiempo una entidad espiritual. Prácticamente todos los medios de comunicación generalistas les han hecho un hueco y los especializados han coincidido en dedicarles sus portadas para no quedar fuera de una onda expansiva que se inició hace ya más de 40 años. Y todo esto sin que el grupo haya editado nuevo material y con un solo miembro presente de la formación original. No han necesitado más que mantener viva su propia leyenda, seleccionar con cuidado los lugares donde actúan e intentar no apartarse demasiado de su trayectoria. La “novedad” de su concierto en 3D, aunque con las imágenes de toda la vida, sólo sirvió para distraer al público de las melodías y los ritmos, situación que se agravó por el escaso volumen que desprendía el escenario, incluso en las primeras filas. Por todos estos motivos, la sensación de aburrimiento empezó a generalizarse, sobre todo entre aquellos que no han sido testigos directos de su indiscutible aportación a la música. No hay duda de la importancia histórica de su actuación, pero tuvo un punto de nostalgia de más. Nada más arrancar el set hubo una buena reacción del público, un fervor casi religioso de esos que de vez en cuando nos regala la música, pero cuando llegó la calma, la excitación dejó paso a cierta indiferencia ante una maquinaria tan perfectamente montada. Sonaron piezas como ‘We are the Robots’, ‘Computer Love’ o ‘Radioactivity’, que se pudieron disfrutar con gafas bicolor retrofuturistas.
Respuesta masiva y apabullante para Major Lazer, dejando claro que el tonteo culo-braguita encanta al público. Fueron varios los momentos de sonrojo, porque rendirse a la horterada mola. Por un lado subieron al escenario unas chicas del público seleccionadas por la calidad y la amplitud de sus nalgas, en un entorno en el que los ritmos jamaicanos o el constante coqueteo con el reggaeton, en resumidas cuentas, era lo de menos. Por otro, ese momento, un tanto infantil, de meterse en una bola gigante de plástico que daba vueltas por encima de las cabezas del graderío, empujada por las manos del público. Se notaba en cualquier caso que Diplo era el ideólogo de todo esto y pocas horas después actuaba como dj en solitario para cerrar el SonarClub.
No dio la impresión de que con pocos minutos de diferencia y en el mismo escenario diéramos un salto en el tiempo de 40 años entre Kraftwerk y Skrillex: entre los abuelos de la electrónica y el nuevo descendiente que parece querer vendernos Estados Unidos. La idea dio frutos vista la monumental asistencia de seguidores. El directo del norteamericano constó de manipulación a cascoporro de recortes instrumentales y sonidos gruesos, con fases industriales, otras de no-música y ecos lejanos, casi escasos de dubstep. Sólo podemos decir a su favor que quizá su sonido esté en evolución y no se mantenga estancado. Mención especial merecen la estructura macarra sobre la que actúa Skrillex, ideada por algún fanático de los videojuegos, y la camiseta del Barça del artista, que además proyectó una suerte de vídeo institucional de Barcelona, con una versión del himno de los Juegos Olímpicos. Muy raro.
Para terminar, nada mejor que ir a lo seguro con Richie Hawtin. Nos podrá caer mejor o peor, pero nadie dudará de su eficacia a la hora de ponerse detrás de unos platos. No en vano, él mismo -al que se le vio paseando por el Sónar Día con los tres directores- contaba en Twitter que era la 17ª ocasión que actuaba en el festival que, recordemos, cumple 20 años. No está mal la proporción… Sr John, Txema.
Fotos: Sónar (Óscar García).