Kim Gordon promociona este año la edición de una autobiografía llamada ‘La chica del grupo’ que podría haberse llamado de mil formas más. Para los que no somos particularmente seguidores de Sonic Youth el libro ha sido toda una revelación, pues detrás de esa imagen que ella misma llega a calificar como «distante», encontramos una narradora ágil, muy divertida y mordaz, capaz de dejar tras de sí una gran colección de citas recurrentes, que me hacen pensar en lo desperdiciada que ha estado toda su vida como columnista.
Gordon no es una gran escritora y ‘La chica del grupo’ no es una autobiografía histórica como la editada por Morrissey en inglés hace un par de años. La estructura del libro, que comienza con un episodio llamado ‘Fin’, dedicado al concierto de despedida de Sonic Youth en Brasil -ese que no se ha atrevido a ver en Youtube- para después relatar su vida en orden cronológico, es sencilla pero efectiva, haciendo que uno de los pilares del libro sea simplemente el retrato de una mujer engañada. Sin embargo, Kim no siempre ha sabido focalizarse y aprovechar toda la información que tiene en su cabeza sobre su entorno para crear una obra maestra tamaño ‘Just Kids’.
La división en 53 cortos capítulos facilita la lectura, pero en muchos de los casos la brevedad no es una virtud, resultando bastante insólito el modo rápido y superficial por el que pasa por varios discos de Sonic Youth y otros puntos de su carrera musical. ¿Por qué no más anécdotas como las que cuenta sobre ‘Shadow of a Doubt’, influida tanto por Hitchcock como por las Shangri-Las, o más reflexiones sobre cómo entiende ella el lugar de su banda en la historia («nosotros no sonábamos no wave. Simplemente construimos algo a partir de aquello»)?
Por el contrario, Kim Gordon se revela de vez en cuando como una observadora impagable de la sociedad de los últimos 35 años. Su desprecio hacia el modo de entender el feminismo de Lana del Rey ha copado tantos titulares que ha desaparecido de algunas ediciones, pero es sólo la punta del iceberg de un libro lleno de reflexiones puntuales interesantes sobre política («en Europa se trata mejor a los grupos, lo cual atribuyo a los gobiernos socialistas y a que los clubs a veces funcionan como centros culturales y están financiados en parte por los gobiernos»), feminismo («lo que se espera de las mujeres es que sustenten el mundo, no que lo aniquilen»), la adolescencia («por qué se considera crisis preguntarse quién es uno, yo no tenía ninguna crisis, yo tenía muy claro cuál era mi identidad») o la función del arte («el ruido extremo y la disonancia pueden ser increíblemente purificadores»).
Porque por supuesto, al margen de cómo influyó en su personalidad el trastorno de su hermano o sus viajes desde niña, gran parte de las páginas de este libro sí se centran en su vida artística, desde la revelación de cuál es su vídeo favorito, los cameos de Marc Jacobs, Chloé Sevigny o Jeff Koons a las influencias insospechadas de Jane Birkin o Françoise Hardy pasando por sentencias hilarantes como «Henry Rollins (Black Flag) hacía twerking años antes de que este existiera» o el gratuito recuerdo que hace de Danielle Dax («su maldad y competitividad eran casi espeluznantes»). Sobre todos ellos, sobresale el cariño con el que habla de Kurt Cobain, el único al que permite usar ese «efecto cursi, el del Pedal Chorus», que aparece en la intro de ‘Come as You Are’; en contraposición con las carcajadas que soltarás cada vez que leas lo que escribe sobre Courtney Love (ya he incorporado ese «desastre a la vista» a mi vocabulario diario).
‘La chica del grupo’ puede decepcionar porque no ahonda tanto como cabía esperar en qué ha supuesto para Kim Gordon ser «una chica» de «este grupo», ni en ninguno de los terrenos expuestos; pero aunque no muestre grandes teorías feministas ni reflexione particularmente sobre el legado de Sonic Youth, es un triunfo total en la anécdota. Una lectura entretenida y obligada para cualquier interesado en la música de las últimas décadas, no sólo en la que hacía el grupo. 7,9.