Pet Shop Boys inauguraron anoche la tercera edición de Jardins de Pedralbes, un festival que trasplanta el espíritu de evento elitista de la Costa Brava a Barcelona: entorno idílico, patrocinadores de categoría, entradas carísimas y, en consecuencia, un público formado por más gente «guapa» y personalidades que fans. Mucho glamour y expectación comedida para presenciar el concierto más flojo de todos los que he visto de Pet Shop Boys. Y han sido unos cuantos.
Las razones principales de mi decepción fueron dos: la primera, que el planteamiento del festival, delicatessen de asientos numerados, no casaba con el hedonismo del ‘Electric Tour’, que exige ser bailado, no solo observado. La segunda, encontrarme con prácticamente el mismo concierto que vi en el Sónar de 2013 pero peor; más corto (tres canciones menos) y más desganado.
Hace dos años me pareció que el principal defecto de esta gira era cierta arritmia, pero a pesar de los momentos de decaimiento, se sentía palpitante. En Pedralbes el show ganó en ritmo, el sonido era diáfano, las proyecciones y juegos de luces (lo más destacado de la función) se apreciaron con mayor claridad y se podía disfrutar mejor de las coreografías ejecutadas por los icónicos bailarines con cabeza de minotauro.
Pero todos estos ingredientes, a priori de probada efectividad, anoche fallaron. No solo fue la distancia y la escasa movilidad; el espectáculo carecía de garra y fue demasiado rutinario, funcionarial casi. De hecho, el arsenal de hits que sacaron en el tramo final no fue infalible, como era de esperar. La fatiga ya había hecho mella en Neil Tennant y por momentos parecía que su voz se divorciaba de la música, como si no acabaran de encajar. Caían los éxitos, pero en versiones descafeinadas: ‘Rent’, ‘Domino Dancing’, ‘It’s a Sin’, ‘Always on my Mind’ y ‘Go West’. El público, de pie, se agitaba (ordenadamente), los bailarines danzaban, Neil dejaba que la audiencia cantara los estribillos (un truco de directo que, particularmente, jamás me ha gustado) y, aunque el ambiente en aquel momento era de aparente euforia, notabas que no, que aquello no te removía nada. Pero en un concierto de Pet Shop Boys siempre habrá perlas que justifiquen la asistencia, como que ‘I’m not Scared’, merced al apabullante juego de luces, siga sonando tan emocionante y arrolladora como hace dos años; que a Neil se le note más juguetón y entregado en los temas menos conocidos como ‘Love etc’ o ‘Leaving’. O, que al final del concierto, justo cuando temes que te vas a quedar con un regusto amargo, emerja ‘Vocal’ y que te suene tan contundente, tan vivo. Sí, siempre hay destellos que les redimen, pero esta vez no les sirvieron para salvar un show que dio señales de agotamiento.