Madonna sortea, con dificultad, el continuo cuestionamiento de su legado

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Madonna sortea, con dificultad, el continuo cuestionamiento de su legado

madonnaAsistir a un concierto de Madonna en 2015 es ver derribada la idea, muy extendida entre la juventud actual, de que la cantante está acabada. Los motivos de esta idea son razonables. En primer lugar, Madonna no consigue un clásico de verdad desde ‘Hung Up’, editado hace una década, por lo que le es hoy imposible conectar con el público al que pretende vender sus discos, que es el actual, como sus tres últimos trabajos prueban sobradamente. Y en segundo, sus constantes reinvenciones de estilo ya no parecen tan originales como cuando recuperaba la música disco muchos años antes de que se pusiera de moda o como cuando innovaba con sonoridades que, todavía a día de hoy, siguen resultando más modernas que nada de lo que vaya a sonar en la radio en los próximos diez años (‘American Life’, ‘Music’). En su lugar, Madonna ha pasado a nutrirse descaradamente de las modas generadas por los demás. La opinión de la juventud actual sobre Madonna, en definitiva, es que está completamente desesperada.

Pero en una época en la que las modas mueren antes siquiera de reproducirse, en la que salen estrellas del pop de las piedras cada cinco minutos que se evaporan en dos, Madonna llena estadios a sus 57 años, tres décadas después de ‘Holiday’, como si fuera Beyoncé y estuviera en la cumbre de su carrera. Vale que las ventas de ‘Rebel Heart’ han sido decepcionantes, que su calidad es cuestionable en muchos aspectos y que ni ‘Living For Love’ ni ‘Ghosttown’ ni ‘Bitch I’m Madonna’ han logrado el éxito masivo al que aspiraban, pero el directo de Madonna, uno de los más dinámicos que recuerdo, mucho más, desde luego, que el de competidoras más jóvenes como Lady Gaga o Rihanna, no se lo pierde absolutamente nadie. Tampoco la gente joven (y no solo las nuevas estrellas que se inspiran en su trabajo).

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Al menos una cosa está clara: no se puede acusar a Madonna de querer vivir de las rentas cuando su último disco grita «2015» por todas partes y cuenta con un plantel de compositores y productores totalmente al día con las nuevas tendencias, y eso es algo que se traslada también a su gira actual, que pasó anoche por el Palau Sant Jordi de Barcelona, donde repite hoy. Quizás chocara la ausencia de algunos hits -ni ‘Like a Prayer’ ni ‘Express Yourself’ ni ‘Ray of Light’ ni ‘Hung Up’ cayeron anoche- pero las actuaciones diseñadas para algunas de sus nuevas canciones son suficiente motivo para asistir a este espectáculo. En especial, destacaron el número iconoclasta de ‘Holy Water’, muy divertido, y la dramática actuación de ‘Heartbreak City’, muy intrigante.

De hecho, varias de las actuaciones más deslucidas del show fueron de temas antiguos como ‘Burning Up’, ‘Deeper and Deeper’ o ‘Like a Virgin’, la última de las cuales ofreció un buen momento de baile de Madonna pero poco más: su remezcla fue todo un cortarrollos. Por otro lado, ‘La Isla Bonita’ moló de verdad cuando Madonna dio paso a sus bailaores, que convirtieron el tema en una gran fiesta flamenca, y ‘True Blue’ al ukelele resultó de lo más anodina. Tampoco se libraron, eso sí, canciones actuales como ‘Body Shop’, de número mono pero intranscendente, de relleno; ‘Living for Love’, que Madonna ha ejecutado mejor en otras ocasiones y cuya inspiración taurina todavía me sigue resultando incómoda de ver… y no en Barcelona únicamente; o una tediosa ‘Unapologetic Bitch’ que ni Jon Kortajarena subido al escenario logró resolver.

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Entre números tan vibrantes como los de ‘Music’ o ‘Candy Shop’, que sonaron seguidos en la sección inspirada en los años 30 (que no les pega nada, por otro lado), el de ‘Devil Pray’ o el popurrí étnico de ‘Dress You Up’, ‘Into the Groove’ y ‘Lucky Star’ (mi número favorito de todo el concierto con diferencia), destacó de manera especial la entrega de Madonna a su público. La cantante se mostró habladora («¡soy muy caliente!»), bromista e igual de pícara que en su mejor época y arrancó más de una carcajada a sus fans. En especial, el momento en el que, tras interpretar ‘Material Girl’, buscó a su «esposo» entre los asistentes y lanzó su ramo de novia a un hombre para luego descubrir que era gay («ah, que también tienes novio», apuntó, sorprendida) fue imperdible.

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En general, existen varias razones por las que alguien pudiera plantear que el show de Madonna de anoche fue decepcionante. Sus nuevas canciones no son espectacularmente buenas, su voz suena agrietada y estridente (no, no fue todo playback) y sus movimientos coreografiados, aunque enérgicos, por momentos se ven incuestionablemente rígidos. Pero lamentarle eso a una persona de 57 años es como quejarse de que hace frío en invierno. Ya hemos hablado, de todas formas, de la revolución en contra del «ageism» que lidera actualmente Madonna y no hace falta recuperar el tema aquí pero, en relación a su nuevo espectáculo, la edad de Madonna es lo que hay y, en general, de hecho, es lo de menos. Toca reajustar expectativas y gozar de este concierto por lo que ofrece, que es entretenimiento puro y duro, y agradecer que Madonna siga defendiendo su trabajo actual con la vitalidad de siempre. Con sus más y sus menos, lo cierto es que fue un concierto que dio gusto ver.

Foto: nibigermany

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