¿Es este el último disco de Leonard Cohen? ¿Está el poeta canadiense «haciéndose un ‘Blackstar‘»? Todo parecía apuntar en esa dirección cuando el New Yorker publicó la ya célebre y emotiva entrevista de hace algo más de una semana. En ella se le retrataba como un octogenario con un afilado brillo en los ojos pero con problemas físicos, que declaraba que estaba «listo para morir» y que compartía sus misivas finales con la recientemente fallecida Marianne Ihlen (la de la célebre canción) en las que llegaba a decirle «pronto te seguiré». Como antesala del lanzamiento de un disco titulado ‘You Want It Darker’, en el que su mortalidad es el tema central, el mensaje parecía inequívoco. Y sin embargo, en una aparición más reciente el incombustible Cohen renacía de sus cenizas para declarar sonriente que probablemente exageró y que tiene la intención de vivir eternamente.
Así pues, con la media sonrisa irónica que provoca el oír estas declaraciones y el alivio algo eufórico de no estar -necesariamente- ante un disco premortuorio, de que Leonard Cohen sigue siendo tan travieso como siempre en su relación con su obra y con su público, la escucha de este disco permite el disfrute de su fondo existencialista pero sin esa pesada carga simbólica. Porque mucho hay desde luego para disfrutar aquí: de la bonita trilogía de discos creada por Cohen desde 2012, tras su hermoso e insospechado regreso, estamos ante el más atinado e inspirado. Puede que sea por la producción de su hijo Adam Cohen (que relega a Patrick Leonard a un par de temas), revistiendo el habitual minimalismo instrumental de su padre de una belleza más emocionante. O puede que sean las musas melódicas de Patrick Leonard, que alcanzan verdaderas cumbres en varias de las canciones. O simplemente que la pluma de Cohen, afilada por el paso del tiempo, ha llegado a un punto de aún más clarividencia.
Bueno, de hecho son todas estas cosas juntas, como prueba ese impactante comienzo con ‘You Want it Darker’. Cohen, conducido por un bajo serpenteante de insospechado «groove» declama (más que canta) verso tras verso de manera maravillosa: sabio, desafiante, resplandecientemente joven. Alternando la aceptación de su próximo final («Hineni, I’m ready my Lord») con un deliciosamente chulesco «you want it darker, we kill the flame». Y además dando en la diana lírica invariablemente en cada estrofa («luché con algunos demonios / pero eran de clase media y domesticados / no sabía que tenía permiso / para asesinar y mutilar»). Gran labor de Adam la de darle a esta canción ese ambiente oscuro, e inspiradísima idea la de incluir al Coro de la Sinagoga Shaar Hashomayim de Montreal, que dota a la canción de un tono solemne, trascendental, pero también de una extraña oscuridad que combinada con el órgano y ese bajo tan Mick Harvey recuerda muchísimo a su alumno Nick Cave. Uno de los arreglos más insospechadamente acertados del año. Hasta el punto de -por cierto- haber dado pie a una remezcla (autorizada por Cohen) que revela también, por su contexto dance, la increíble similitud entre el gravísimo gruñido del artista y el de Dieter Meier de Yello.
El disco está lleno sorpresas gratas. Tras el impacto de esa apertura, sorprende que el nivel no desciende en casi ningún momento, incluso en los pasajes más «estándar» del cantautor, como son por ejemplo las dos canciones que siguen: ‘Treaty’ suena a clásico instantáneo, con su melodía muy Cohen pero también muy Randy Newman, llena de imágenes bellas, si bien crípticas, quizá dirigidas a Dios («Ojalá tu amor y el mío firmasen un tratado»), con el ocasional rayo de luz autobiográfico («I’m angry and I’m tired all the time»), cantadas con una voz que es pura grava, pero una grava hermosa. ‘On the Level’ es más plana en la melodía, pero la letra es magnífica, contrarrestando el peso existencialista de buena parte del disco con lo que parece la descripción de un encuentro tentador con una mujer («me sonreíste como si fuese joven / me dejó sin respiración»… «deberían darle una medalla a mi corazón / por dejarte ir / cuando le di la espalda al diablo / se la di a un ángel también»). Reconforta sin duda reencontrarse con el inconfundible humor de este antiguo «ladies’ man».
‘Leaving the Table’, con otro título alusivo a cosas que se acaban, es otra de las joyas resplandecientes del disco. Compuesta enteramente por Cohen, es un vals casi de doo wop hermosísimo, tan desnudo como su fatigada letra («no necesito una amante / la bestia desdichada ha sido domada / así que apaga la llama»… «no necesito una razón / para aquello en lo que me he convertido / no necesito perdón / no queda nadie a quien culpar / me voy de la mesa / dejo la partida»). El guiño estilístico no es casual: su hijo Adam reviste la canción de piano staccato, guitarras con trémolo, y una bella, discreta cuerda. La continuación con ‘If I Didn’t Have Your Love’ encaja perfectamente, con similares arreglos reminiscentes de los 50 y un bonito tono baladístico.
Y así transcurre este breve y disfrutabilísimo disco. Cuando apenas estás acomodándote en su bonito universo particular llega ‘Travelling Light’ y te das cuenta de que la segunda mitad acaba de empezar y pronto todo acabará. Se trata de otro clásico instantáneo, melodía a medias entre Cohen (Adam) y Leonard (Patrick), un blues en acordes menores con esa melancolía entre judío-europea y griega que el canadiense refinó en viejos hits como ‘Dance Me to the End of Love’, ante el cual por cierto no desmerece para nada esta nueva canción, a base de coros femeninos, bouzouki, violín, y una base programada que remite también al Cohen de los 80, reavivando la extraña excitación que provocó siempre tan extraña combinación (la del folk de Cohen y los beats). Un beat perfecto para sus versos de seco desencanto, claudicación («supongo que soy alguien / que ha renunciado al tú y yo») y despedidas («voy a viajar ligero / es mi au revoir / mi brillante estrella fugaz / llego tarde, el bar va a cerrar»). El violín conecta ‘Travelling Light’ con la siguiente pieza, ‘It Seemed the Better Way’, a cuyo tono suavemente trágico se añaden, en su segunda y última aparición, los coros de la sinagoga antes mencionada (lugar de culto, por cierto, al que asistía Cohen de niño), uno de los sonidos que le dan más personalidad a este disco, y muy apropiados para otra de las letras más enigmáticas del disco.
Los muy europeos y hasta orientales tonos del álbum (a lo largo de su carrera Cohen ha sonado no muy americano, siempre con un aroma más del viejo mundo, más Paolo Conte que Dylan) se interrumpen magistralmente en ‘Steer Your Way’. O al menos se mezclan en deliciosa yuxtaposición con elementos algo country, un ritmo precioso, extraño, con staccato, percusión, arpegios de guitarra folkie, sonido de «fiddle» de bluegrass y coros de Alison Krauss. Sus versos son dorados y a la vez crudos: expresan temores muy literales mientras se acerca la oscuridad («guía tu rumbo a través del dolor que es más real que tú mismo / que ha hecho trizas el Modelo Cósmico, que ha cegado todo punto de vista / Y por favor, no me hagas ir allí / haya un Dios o no»). Versos que suponen la conclusión lírica del disco, puesto que el último corte es un reprise muy solemne, con cuarteto de cuerda, de ‘Treaty’. Llegado a ese punto uno echa la mirada atrás y se da cuenta de que acaba de escuchar el disco más redondo de Leonard Cohen de los últimos veinte años. Ni siquiera importa si será el último o no, ‘You Want It Darker’ se sostiene con una inusitada vida por sí mismo.
Calificación: 8,3/10
Lo mejor: ‘You Want it Darker’, ‘Leaving The Table’, ‘Travelling Light’, ‘Treaty’, ‘Steer Your Way’
Te gustará si te gusta: el Cohen clásico de los 60, el de los 80, la poesía
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