El encuentro entre Flo Morrissey y Matthew E. White fue pura serendipia: si el editor musical de The Guardian no hubiese colocado la crítica de un single de ella junto a la del disco de White ‘Fresh Blood’ él probablemente no se habría fijado en esta joven cantante londinense. Sin embargo fue así, y tras conocerse por email y descubrir que conectaban mucho en lo musical, en cuestión de meses estaban actuando juntos en un tributo a Lee Hazlewood en el Barbican de la capital inglesa. Inspirados sin duda por el inmortal inventor del «dúo mixto icónico», se embarcaron en la idea de este disco de versiones a dúo, que en los sucesivos meses fueron planificando a distancia, llegando a elaborar una lista de varios cientos de canciones susceptibles de grabar.
«¿Otro disco más de émulos de Nancy & Lee que no aporta nada?» es una pregunta que cada cierto tiempo resuena -justificadamente- en las cabezas de algunos, y a la que en este caso se puede responder, felizmente, que no. Que no se trata de eso, que de hecho es mucho más, y que aporta, y mucho. Resulta paradójico que sea un disco grabado en los cada vez un poco más legendarios estudios Spacebomb (conocidos por su sonido retro) y que sin embargo no suene a ejercicio de estilo emulatorio. Porque una cosa es el sonido, y otra bien distinta qué haces con él. Lo mismo con las canciones: hay muchas formas de hacer un disco a dúo, y en el caso de este ‘Gentlewoman, Ruby Man’, por momentos pareces estar más ante el álbum de un grupo en el que hay dos vocalistas que ante la típica entente musical en la que cada mitad está muy definida pero un poco separada. De manera asombrosa las personalidades musicales, vocales, de Flo y Matthew se (con)funden tan magistralmente como en la preciosa portada del álbum.
A la placentera sorpresa que supone escuchar estas diez canciones contribuye también la manera en que están secuenciadas, no se sabe si planificada como golpe de efecto o como puro capricho. Porque empezar a escuchar un álbum que parece contener sólo versiones algo rebuscadas y que en la segunda parte aparezcan súbitamente los hits (cuando casi te habías olvidado de qué tipo de disco se trataba) resulta que funciona a las mil maravillas: la llegada de ‘Grease’ al comienzo de la cara B supone un cambio refrescante y eufórico, seguido de ‘Suzanne’ de Leonard Cohen, como una gloriosa versión psicodélica perdida a medio camino entre los primeros setenta y los caleidoscópicos 90 baggy (en el track instrumental casi podrían ser Candy Flip), y el ‘Sunday Morning’ de la Velvet al que sacan un asombroso partido travistiéndolo como si la propia VU la tocase al estilo de ‘I’m Waiting for My Man’.
Pero es en la cara A donde se encuentra lo (aún) mejor: tres canciones más o menos contemporáneas reinterpretadas a base de sonido de soul setentero -ese que sirve de referencia a la banda residente de Spacebomb- y dos canciones directamente de los 70 cuya presencia es como una presentación de esas credenciales sónicas: pocas diferencias esenciales hay entre las originales y estas dos versiones, porque se trata del sonido que obsesiona a White. Una breve escucha del ‘Everybody Loves the Sunshine’ de Roy Ayers o ‘Looking for You’ de Nino Ferrer revela el mismo sonido de batería seca y contundente propio de la época y similar estilo de arreglos de soul sofisticado. Se justifica su presencia pues casi como referencia “bibliográfica”, pero también por ser canciones excelentes que bien merecen recibir más atención. En cuanto a las tres contemporáneas, son tres dianas absolutas: ‘Look At What The Light Did Now’ explota las posibilidades de la bonita pero acústica original de Little Wings, reconstruyéndola en maravillosa canción de pop-soul. ‘Thinkin’ Bout You’ de Frank Ocean nos recuerda que el pop negro moderno sigue teniendo una profunda raíz en el soul, porque la reconversión funciona a las mil maravillas, y con arreglos que la elevan a un lugar muy hermoso. Además, como en el caso de ‘Colour Of Anything’ de James Blake, sirve para apreciar la calidad de estas canciones sin tener que escuchar las afectaciones vocales de sus creadores si uno no es demasiado fan de melismas de autómata u ocasionales tendencias al gimoteo, respectivamente.
Porque de voces va la cosa, y mucho. Cómo pueden funcionar así de bien juntos el susurro casi coheniano de White y el hermosísimo y puro timbre de Morrissey parece algo completamente mágico mientras suena el disco. El reparto de roles es completamente natural, también: da la impresión de que siempre está cantando quien tiene que hacerlo, no importa si se alternan, si se superponen en bello unísono o en melancólica armonía, o si se ceden el protagonismo mutuamente: las canciones funcionan. Morrissey acaba teniendo más protagonismo estadísticamente, pero es que menudo hallazgo: cada nota que canta esta veinteañera es un absoluto disfrute, de belleza en el comedimiento, porque ¿para qué aburrir con gimnasia vocal barata cuando has sido bendecida con esa voz? Aquí entra también en juego el mérito de White como productor, porque a una vocalista hay que saber también sacarle partido. Una indudable alquimia que unida a esa maravillosa banda que opera en Richmond, Virginia, ha producido el extraño logro de un disco de versiones que suena clásico pero también de ahora mismo, que combina piezas rebuscadas y obviedades y consigue acertar en ambos casos, y que encima suena coherente. Todo concluye con una impresionante versión de ‘Govindam’, la maravilla de pop hinduísta que George Harrison grabó en 1971 con el Radha Krsna Temple. White y Morrissey la teletransportan a un universo lleno de beats 90s cósmicos, gloriosas capas de voces y efectos de psicodelia orientalista que en sus más de seis minutos cumple su función mántrica y te deja con ganas de volver a oírlo desde el principio.
Calificación: 8/10
Lo mejor: ‘Look At What The Light Did Now’, ‘Looking For You’, ‘Suzanne’, ‘Govindam’.
Te gustará si te gusta: Natalie Prass, el soul de los 70, Nancy & Lee
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