El atractivo impuesto a las mujeres músicas

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El atractivo impuesto a las mujeres músicas

agata-ahoraEs cierto que casi cualquier espectáculo, también el musical, tiene asociado algún tipo de contenido sexual. Venden los cuerpos y vende el deseo. Es la era de la apariencia, el uso del psicoanálisis por parte de la publicidad posiblemente tenga mucho que decir, y el atractivo físico forma parte del pack que recibe el público. Muchos artistas han sabido hacer uso de esta sexualización, a veces de forma provocadora, a veces de forma irreverente (Madonna, PJ Harvey, Beth Ditto, Miley Cyrus…). Más allá de la seducción y la provocación está la estética. Cualquier performance (y un concierto lo es) evoca una estética concreta. A veces se escoge, a veces se improvisa. La no elección de una estética concreta es también una estética.

Todas estas ideas coinciden con lo que plantea Sebas Alonso en su artículo “Los músicos tienen sexo (y las músicas también)”. Las que voy a exponer a partir de ahora, no. No considero que la “objetificación” o sexualización en la música opere de igual manera para hombres y mujeres. No creo que, ni en el pop, ni en el rock, ni en general en ningún ámbito, hombres y mujeres hayan vendido su sexualidad indistintamente. La diferencia es sencilla: reside en la posibilidad de elegir. Los hombres pueden hacer uso de su sexualidad como parte de su discurso artístico, y de hecho, lo hacen, hay muchos ejemplos que lo muestran, como los que señala Sebas en el artículo (Elvis, los Beatles, Prince, Michael Jackson, Justin Bieber, Bruce Springsteen, los Rolling Stones, Adam Clayton, James Hetfield, Alex Turner, Brandon Flowers…); pero también pueden no hacerlo. Las mujeres, sin embargo, están casi obligadas a ello. De esa forma, aunque el grupo Belako (cuya guitarrista, Cris, escribió una carta abierta da origen a este debate) no incluya su apariencia física dentro de su propuesta artística (visten vaqueros y camiseta, no le dan mayor importancia), mientras que la imagen de los chicos del grupo pasa desapercibida, la de las chicas sigue siendo resaltada. «Las crónicas nos cosifican a Lore y a mí haciendo menciones a nuestros físicos o nuestra ropa, perlas como “deslumbró con su vestido ceñido y su nuevo look”», contaba Cris en su carta.

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La desigualdad está en esa diferencia de trato. En la música las mujeres seguimos siendo, en muchos casos, entes pasivos que contemplar, incluso cuando somos parte del grupo que está construyendo el mensaje. Habitualmente la crítica se centra mucho más en nuestro aspecto y belleza que en el caso de los hombres. Hay mujeres que juegan con su físico y apariencia, pero en otros casos simplemente actúan, crean y por cómo lo hacen. Hablar de imagen puede aportar una información más completa, pero la diferencia también aparece en el orden de los factores que se utilizan para juzgar.

Y desde fuera, ¿cómo podemos saber cuándo el sexo forma parte del espectáculo y cuándo no? Es complicado determinarlo de forma precisa, como pasa en cualquier comunicación humana, entender el sentido concreto a veces es difícil. Creo que una buena estrategia es, excepto en casos obvios (por ejemplo, una mujer haciendo música electrónica a partir de sámplers de sus gemidos mientras se masturba, como Fifteen Years Old), no darlo por hecho. En cualquier caso, la idea no es dar con la corrección política, y dejar de gritar “guapo” o “guapa” en un concierto, sino reflexionar sobre nuestros comportamientos, como periodistas, como público… y ver de dónde vienen y a qué nos llevan. Esa limitación en el rol que se asigna a las mujeres en la música (insisto, sexis, deseables…) muestra nuestros prejuicios (o falta de costumbre, si se prefiere) y conduce a una lectura plana y superficial de lo que tenemos que contar cuando cogemos un instrumento y subimos a un escenario. Tratar de desaprender estos comportamientos puede ser enriquecedor para todos.

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Ágata Ahora es guitarrista del grupo Las Odio y miembro del colectivo feminista Sisterhood.
Foto: Gonzalo Cases.

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