‘I Am Not a Serial Killer’ fue, junto a la coreana ‘La doncella’, la película más votada por los asistentes al festival de Sitges del año pasado. En esa elección tuvo que ver que el filme es una adaptación de una novela muy popular entre los adolescentes aficionados al género de terror: ‘No soy un serial killer’ (¿por qué no han respetado el título en la película?), el primer volumen de la trilogía de John Wayne Cleaver (el nombre ya lo dice todo), que se completa con ‘Mr. Monster’ y ‘No quiero matarte’ (todas editadas por Planeta).
Lo que resulta curioso es que, a pesar de ser una novela ambientada en un pueblo del medio oeste estadounidense y escrita por un señor de Utah que va con gorro vaquero a las presentaciones de los libros, la adaptación sea una producción irlandesa. El director, Billy O’Brien, es un viejo conocido de Sitges. Se dio a conocer en 2005 con la muy interesante y algo infravalorada ‘Experimento mortal (Isolation)’, una singular monster movie ambientada en una vaquería [sic], cuya historia estaba constantemente arañada por la paranoia del síndrome de las vacas locas (y donde pudimos ver a una jovencísima Ruth Negga).
‘I Am Not a Serial Killer’ sigue la misma línea que la anterior: puro cine de género pero narrado con el dispositivo formal de una película indie. El protagonista (Max Records, el niño de ‘Donde viven los monstruos’) es el típico adolescente inadaptado de cualquier filme de terror, pero aquí parece sacado de una película de Gus Van Sant. La historia está ambientada en el típico barrio residencial estadounidense, pero aquí está lleno de nieve sucia, fábricas humeantes y cafeterías con olor a bacon. La familia es la típica de padres divorciados, pero aquí la madre tiene una funeraria y embalsama cuerpos. Trata el típico tema de los asesinos en serie, pero aquí está dado la vuelta como un calcetín y fotografiado en 16mm por Robbie Ryan, el fotógrafo de Andrea Arnold.
Es en este continuo juego de contrastes, que se amplía al duelo entre los dos protagonistas (el adolescente obsesionado con la muerte y el anciano vecino, un fabuloso Christopher Lloyd), donde ‘I Am Not a Serial Killer’ adquiere su verdadera personalidad. Un sutil, sugerente y distanciado diálogo entre opuestos, que se convertirá en acalorada discusión en el controvertido último tercio de la película. El director rasca la superficie de la historia como si fuera un parabrisas helado y nos descubre una sorpresa sentada al volante. ¿Golpe de genio o caprichoso anticlímax? 7