“Es una gran idea mal ejecutada”. Esta frase lleva acompañando al cine de Nacho Vigalondo desde el principio de su carrera. La ingeniosa ‘Los cronocrímenes’ (2007), aún hoy su mejor película, se desinflaba un poco al final. ‘Extraterrestre’ (2011) perdía su gracia (que era mucha) a la media hora. Y al deslumbrante dispositivo formal de ‘Open Windows’ (2014) se le acababa la batería más rápido que a una tableta de marca blanca.

¿Es ‘Colossal’ también una “gran idea mal ejecutada”? Desgraciadamente sí. Su premisa argumental es grandiosa. Vigalondo mezcla la comedia indie con el kaiju-eiga por medio de una conexión tan sorprendente como extrañamente poética. El director vuelve a demostrar su gigantesca habilidad para insertar elementos fantásticos en entornos costumbristas sin que la verosimilitud se resienta ni se note la falta de presupuesto. El espectador entra en la historia con la misma naturalidad con la que Godzilla camina pisando coches.

‘Colossal’ es algo así como el ‘Manchester by the Sea’ de Vigalondo. La típica vuelta al pueblo de un personaje (una algo afectada Anne Hathaway) que ha fracasado en la consecución de sus sueños urbanitas y se reencuentra con sus amigos de la infancia, se convierte en manos del director de Cabezón de la Sal (el pueblo de la película se llama Mainhead) en una lúcida, ingeniosa y muy divertida reflexión acerca de los monstruos que generan la frustración por los fracasos personales.

El problema es cuando esta idea quiere crecer y pasar de cómica a dramática. A partir de ese momento la película empieza a deshincharse como el colchón donde duerme la protagonista. La revelación de otro tipo de monstruosidad, interior, de naturaleza moral, se convierte en una metáfora demasiado obvia que acaba dándose de tortas con la propuesta inicial. Menos mal que, a diferencia de sus películas anteriores, Vigalondo se saca, por fin, un buen final de la chistera. Un paso de gigante en una filmografía irregular pero llena de colosales golpes de genio. 6,9.