Solidez, fiabilidad, carisma. Podría ser el slogan de un anuncio de Audi o BMW, las prestaciones de un coche alemán, pero no: es la definición perfecta de un concierto de Spoon. La banda tejana, superada ya la época en la que podíamos hablar de simple y llana madurez, está viviendo una segunda juventud sin haber evidenciado en ningún momento atisbo alguno de caducidad; y conciertos como el de anoche en Barcelona son la mejor prueba de todo ello. ¿La clave? En opinión de quien firma estas líneas, el poco miedo al cambio que han demostrado Britt Daniel y Jim Eno –únicos fundadores supervivientes– a lo largo de estos casi 25 años. Más que estilístico, el periplo evolutivo de Spoon les ha llevado a mudarse de sello hasta en cinco ocasiones para acabar volviendo a Matador, su primer valedor, y da la sensación de que cada cambio les ha quitado años de encima, reverdeciendo a cada entrega su fórmula indie-rock.
En una actuación que rozó las dos horas de duración, Daniel fue el auténtico dueño y señor de la sala Apolo. Guió a la banda como si fuera su director, mostró verdadera habilidad con la guitarra, se paseó e interactuó con sus compañeros y con un público al que no paró de aludir, dominó la escena y el tempo, e interpretó un setlist plagado de hits sin dependencia alguna con respecto a ‘Hot Thoughts’, su último y notable trabajo. A sus 46 años, su frescura es la del grupo entero. En realidad ni siquiera ha necesitado reinventarse nunca: solo con cambiar de contexto o de decorado se ha revitalizado periódicamente. Y así es como canciones tipo ‘Don’t You Evah’, ‘The Underdog’ o ‘Black Like Me’, que este año han cumplido la década, siguen sonando lozanas y no a maquillaje antiarrugas. Como si fueran coetáneas de ‘Do You’ o ‘Rainy Taxi’, otros dos aplaudidos aciertos llenos de carisma.
Sobre las tablas Spoon se mostró, ante todo, como una banda muy cohesionada y excelentemente dirigida. Incapaces de bajar el pistón –salvo por un intermezzo de sintetizadores en el que Daniel aprovechó para tumbarse un buen rato en medio del escenario–, repartieron las mejores piezas de su último álbum en puntos estratégicos del repertorio para poner en valor sus características específicas. ‘Do I Have to Talk You Into It’, por ejemplo, abrió la velada con esa contundencia sofisticada como perfecto calentamiento; ‘WhisperI’lllistentohearit’, poco después, significó el cambio de marcha eléctrico necesario tras la elegancia pegajosa de ‘Inside Out’ y ‘I Turn My Camera On’; ‘I Ain’t the One’, hacia el ecuador, y justo después del intermezzo, creció desde el mismísimo suelo –literal– llenándose de carácter; y, rebasada ya la hora de concierto, ‘Can I Sit Next to You’ elevó la temperatura de la sala con ese aire medio funk tan arrollador. O en los bises, donde tenían reservado espacio para envolvernos en el cálido fluir de ‘Pink Up’ y azotarnos con la solidez culminante de ‘Hot Thought’. Efectividad 100%.
Pero más allá de su material más reciente, el buen estado de forma de una banda se puede medir también por cómo aborda sus viejos temas pasados algunos años. Siendo que el distinto de Spoon ha sido siempre la frescura y la actitud dinámica, resulta muy meritorio que canciones como ‘The Beast And Dragon, Adored’, ‘My Mathematical Mind’ o la ya mencionada ‘I Turn My Camera On’, sonaran como si hubieran sido compuestas anteayer.
Lo que resulta difícil de entender es que, con la envergadura que ha alcanzado esta banda, con la extensa y formidable discografía que empieza a acumular y con el pedazo de directo que practican, la sala Apolo no estuviera a reventar. Había buena entrada, pero no acaba de quedar claro cuál es la generación que le corresponde hoy día a Spoon. Los que les siguen desde el principio, después de cientos de conciertos, no se verán especialmente atraídos por su material más reciente, aunque muestren una salud compositiva envidiable; y los más jóvenes se verán abrumados por un cancionero interminable y prácticamente atemporal. Es lo malo que tiene la vida eterna o, en este caso, rejuvenecer en lugar de envejecer: que los tuyos (al menos en Barcelona) te van dejando. 9.
Fotografías de Pablo Luna Chao.