«Ser hombre es llevar un corsé que aprieta tanto como el de las mujeres» era el interesante titular que Christina Rosenvinge nos dejaba durante la promoción de su disco anterior, ‘Lo nuestro‘. Inspirada por su padre, la artista ha escrito ahora un álbum de título masculino, ‘Un hombre rubio’, escrito desde «un yo masculino indefinido», sobre «la cárcel» que puede suponer también la masculinidad al no permitir, por ejemplo, la muestra de sensibilidad, sentimientos o debilidades.
El punto de partida de ‘Un hombre rubio’ es el single ‘Romance de la Plata’. Tras el «romance» flamenco que Rosenvinge escribió para el último disco de Rocío Márquez, la artista escribió este otro en la noche en que se cumplían 26 años de la muerte de su progenitor, que ocurrió a su vez cuando ella tenía 26 años. No estamos ante una dedicatoria desgarrada a lo ‘11 de novembre‘ de su admirada Sílvia Pérez Cruz, con la que por cierto han compartido productor en el pasado, Refree. Christina dice en las entrevistas que el suyo fue «un padre horrible», si bien ha llegado a la conclusión de que fue «víctima de sí mismo». La canción contiene fragmentos muy duros («nadie vino de esa tierra fría / a llorarte el funeral»), si bien al final la artista prefiere optar por el consuelo de la amistad («un gitano (…) te veló en el hospital y su lágrima era de fina plata, plata fina de verdad») y la reconciliación a través de la empatía («cómo no voy a entenderte, padre, si es mi misma soledad»).
Al posicionarse finalmente en el lugar de la persona que le ha dado tan reconocible primer apellido, Christina abre la veda de la derriba de géneros, pues que esta canción sea el punto de partida de todo el disco sirve a la artista para entregar un álbum que reflexiona sobre los roles paternales y patriarcales en nuestra sociedad actual, dejando un discurso más rico y lleno de aristas que en el caso de que simplemente se añorara o se reflexionara sobre un familiar perdido o un antepasado.
Jugando con la idea de que la RAE defina «hombre» como «ser animado racional, varón o mujer», el álbum se abre con ‘La flor entre la vía’, un tema narrado por un joven que se rebela contra los roles de género con los que no comulga: «no tengo proezas de conquistador» rima con «no entiendo nada de un motor», y el narrador afirma que «no es José ni María» pero sí recalca que es «hijo de una flor». Por su parte, las canciones de amor en las que Rosenvinge cumple su «fantasía» -según sus propias palabras- de «reencarnarse en crooner», revelan para quien lo dudara, que el género es lo de menos cuando se habla de amor. Ambos cortes, además, presentan enfoques singulares. ‘Ana y los pájaros’ habla sobre un amor de juventud, y en una mini entrevista reciente nos decía: «Los amores ligeros, sin ataduras, hay que vivirlos intensamente y dejarlos pasar sin amargura ni resentimiento. Resulta difícil aceptar que eres solo uno más para el otro, no el definitivo, si es que hay tal cosa. Todos queremos ver nuestro nombre grabado a fuego en el corazón de los demás, ser lo más importante, pero a veces no es así y no pasa nada». Y la final ‘La piedra angular’ es sobre un amor, este de madurez, lleno de humor y fetichismo («bajo la almohada / olvidaste tu batín / le estoy dando un uso / obscenamente vil»).
Respecto a esto último, es una pena que Christina Rosenvinge tenga esa imagen de artista intensa para mal. Este álbum es cierto que contiene un fuerte contenido social, reforzado por ‘El pretendiente’, sobre un joven africano que emigra a Europa y topa con las cuatro reinas de la baraja española y con un «puente de agua»; y por ‘Berta’, un tema dedicado a una activista del medio ambiente hondureña, asesinada en 2016 por sus ideas. Sin embargo, ambos cortes evitan lugares comunes y además el humor aparece de manera intermitente desde la misma portada con las palabras «Un hombre rubio» acompañadas de una estupenda foto del habitual Pablo Zamora, hasta las entrevistas promocionales (esa referencia a la «bollera potencial que llevo dentro»), pasando por lo que más nos interesa, los textos. Y es que solo ella podía incluir en un disco como este una canción sobre El Cordobés, hijo. ‘Pesa la palabra’ imagina estar entonada por El Cordobés, padre, al haberse negado este a reconocerle. Rosenvinge, hija, ha escrito una canción muy hermosa inspirada en concreto por la declaración «Tengo un padre de humo, pero mis hijos un abuelo de verdad». Con reflexiones sobre lo que odiamos parecernos a nuestras familias («de mí heredaste / la buena planta / parecerte en algo más te espanta»), está integrada perfectamente en la temática del disco, ejerciendo de maravillosa apertura para la cara B.
Llama mucho la atención que la cara B sea precisamente tan accesible, pues el single de presentación no lo era tanto. Una vez asumido que los tiempos de ‘Tu boca’ están enterrados, pues Rosenvinge la escribió en verdad para Paulina Rubio y sus intereses van por otros derroteros, lo cierto es que casi todas estas nuevas canciones entran con más facilidad que las de gran parte de ‘Lo nuestro‘ y ‘La joven Dolores‘, evocando incluso en espíritu a los tiempos de Christina y los Subterráneos por espontaneidad y frescura. Si el riff de guitarra y el modo de cantar «Ana» de ‘Ana y los pájaros’ y el teclado en la preciosa coda de ‘El pretendiente‘ se acercan a lo que podríamos llamar «gancho pop», las cuerdas sintetizadas tras los «Aguanta» de ‘Niña animal’ o el modo de cantar al «silencio» de ‘Pesa la palabra’ están entre los momentos más contagiosos de su discografía. También suma el carácter uptemo de ‘Afónico’, la cual remite, supongo que involuntariamente, a los Radiohead más accesibles de «Jigsaw» o ‘Bodysnatchers’, donde ‘La piedra angular’ definitivamente nos lleva a ‘Subterranean Homesick Alien’.
Como colofón a un álbum tan lleno de detalles, lecturas y reflexiones sobre la igualdad, Christina Rosenvinge ha prescindido definitivamente de los servicios del solicitadísimo Refree para volver a producir el disco en solitario, en un mundo en el que incluso a nivel internacional podemos contar a las productoras femeninas que han decidido producir 100% solas, con los dedos de las manos. Inspirada por el último Bowie, cuya muerte le ha afectado incluso a nivel personal, ha afrontado este reto situándose más bien en los crudos terrenos de la primera PJ Harvey, pero sin renunciar a elementos embellecedores propios de nuestro folclore (hay castañuelas y guitarras muy españolas, además de cadencias un tanto francesas) o a cajas de ritmo y programaciones, tan perfectamente encajados que ni parecen estar ahí. Charlie Bautista y Manuel Cabezalí continúan apareciendo en los créditos como músicos, pero todos sabemos quién manda aquí. Una artista que, como dice su colega Tulsa o nuevas artistas como Las Chillers, es un icono de este país, pero debería estar incluso en una posición mucho mejor gracias a un talento que no termina de conocer cumbre creativa ni mucho menos desgaste.
Calificación: 8,5/10
Lo mejor: ‘Ana y los pájaros’, ‘El pretendiente’, ‘Pesa la palabra’, ‘Niña animal’, ‘La flor entre la vía’
Te gustará si te gusta: PJ Harvey, David Bowie, Radiohead
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