El cada vez más prolífico Steven Spielberg ha sido el encargado de llevar a la pantalla grande la exitosa novela de ciencia ficción con la que debutó Ernest Cline en 2011, ‘Ready Player One’. Un proyecto que sobre el papel puede parecer prácticamente imposible de adaptar, dado el complejo universo que plantea, pero el veterano cineasta ha sabido cómo plasmarlo mostrando su lado más desenfadado y divertido, remitiendo constantemente a sus añorados años ochenta.
La película nos sitúa en el 2045, veinte años después de que el informático Halliday cree OASIS, un programa que supune una auténtica revolución tecnológica en la sociedad. Con él, quien lo use, accede a una realidad virtual donde puede ser quien quiera y vivir todo tipo de aventuras. El creador, antes de morir, deja organizada una misión para todos los jugadores que consiste en encontrar tres llaves esparcidas por su universo ficticio, y quien las consiga heredará su fortuna. El protagonista, Wade Watts, se abstrae de su triste realidad con OASIS, al igual que la mayoría de sus vecinos de un suburbio de Columbus, una ciudad desolada y distópica. Así comienza ‘Ready Player One’, introduciéndonos en el perfil de Wade en el juego, quien se hace llamar Parzival, dispuesto a ganar la carrera para conseguir las llaves y salir de la miseria. Spielberg, con maestría, nos sumerge en un mundo virtual con ayuda de unos espectaculares efectos visuales, que sin duda estarán en la conversación para los Oscar del año que viene.
El aluvión de referencias ochenteras corría el peligro de saturar, pero están introducidas con tanta gracia y habilidad narrativa que convencen. Algunas son meros guiños, como las de ‘Chucky’ o ‘Mazinger Z’, y a otras les dedica su tiempo, pasando a ser una influencia fundamental en la propia película. Es el caso de ‘Akira’ de Katsuhiro Otomo, presente tanto en el mundo real como en el ficticio: podemos notar su legado reflejado en esa Columbus cyberpunk o en las carreras en OASIS, especialmente con la aparición de una moto roja, igual a la que montaba Kaneda en la obra maestra animada. Mención aparte merece también el homenaje a ‘El resplandor’ de Kubrick, brillante, imaginativo y divertidísimo, que supone el mejor momento de toda la película.
La música es otro apartado al que hay que dedicarle atención dado que su uso es esencial a la hora de aportar el frenetismo y la nostalgia que la historia requiere. Desde el primer minuto de película, no dejan de sonar temazos de los ochenta, que acompañados con las espectaculares secuencias con CGI crean una atmósfera de lo más “cool”. ‘Take On Me’ de A-Ha, ‘Tom Sawyer’ de Rush, ‘Jump’ de Van Halen o ‘I Hate Myself For Loving You’ de Joan Jett son algunos de los ejemplos.
Spielberg logra una primera hora y media inmersiva y muy entretenida. Es difícil resistirse a la propuesta gracias a un ritmo trepidante y a una historia con gancho (y más cercana a nuestro tiempo de lo que puede parecer). Desgraciadamente, a partir de ahí comienzan los problemas más serios, ya que se alarga innecesariamente hasta las dos horas y veinte, y parte de la frescura inicial se acaba perdiendo por completo. El poco desarrollo de los personajes secundarios impide, en parte, que el interés se mantenga todo el tiempo. Y el final va a lo fácil, lo cual es una verdadera lástima, porque ‘Ready Player One’ es más imaginativa e inteligente que la mayoría de blockbusters, y alcanza momentos de gran calidad, pero finalmente la descompensación entre sus dos partes le pasa factura. El entretenimiento inicial se convierte en lo contrario por culpa de ese ímpetu de alargarlo todo cuando no hace falta. Así, ‘Ready Player One’ es, por encima de todo, una celebración de la cultura pop -y se nota que sus creadores se lo han pasado en grande preparándola-, aunque duele decir que funciona a medias y que dura poco en la memoria. 6.