La RAE define “fan” como “admirador o seguidor de alguien” y como “entusiasta de algo”, dando como ejemplo “es un fan de la ópera” (soy fan, valga la redundancia, de ese ejemplo). Pero cada vez se habla más de los fans tóxicos, aquellos que no distinguen realidad de ficción, aquellos que asocian a un actor con su personaje odioso hasta hacer que deje de actuar, como fue el caso de Jack Gleeson. Hace poco, The Telegraph analizaba la deriva tóxica sufrida por el fandom de ‘Rick & Morty’, relacionada además con el machismo, y los de Rick & Morty aparecen de hecho entre la lista de “los fandoms más díficiles de defender” de Wired, un curioso top que mezcla a los de Nicki Minaj o Taylor Swift con los de ‘Star Wars’ (aquellos a los que James Gunn recomendó ir a terapia), los de (por razones obvias) Chris Brown y XXXTentacion, y hasta los fans de Elon Musk (!). Una palabra que en principio se usó para definir a este tipo de seguidor tóxico fue “stan” (formada por la fusión de “stalker” y “fan”), pero el significado se ha acabado haciendo coloquial y, al igual que cuando tu amiga te dice que está “stalkeando” al tío que le gusta lo que quiere decir es que está mirando sus fotos antiguas de Instagram, y no que esté subida a un árbol grabándole en su casa mientras se ducha, también si alguien te dice “yo staneo a Charli XCX” no significa que escriba cien mil veces en un cuaderno “I just want you to focus on my love” a lo Jack Torrance. Bueno, o sí. Quién sabe.
El caso es que este tipo de seguidores (en este artículo nos referimos a la parte más tóxica de ellos; no, no todos son así) abunda en lo musical, y en los últimos días se ha vuelto a hablar de ello a causa de unos tuits de Marina Diamandis. La autora de ‘Froot‘ saltaba a raíz de los chistes sobre sus dificultades económicas: “estoy harta de estos comentarios maliciosos, creéis que sois graciosos pero os olvidáis de que hay un ser humano al otro lado” respondía al comentario concreto de un fan. Tras definirse éste como “stan” y aclararle que era broma, ella insistía en que lo entendía, pero que para ella era centrarse «en lo positivo con estos comentarios». «Solo quería que los que enviáis estos mensajes a los artistas lo supierais, que todos tenemos nuestros problemas de autoestima, y a veces lo último que necesitamos es ser atacados de esta manera en Internet”. Dependiendo de a quién preguntes, se centrará en ubicar a este tipo de seguidores en un género concreto (que si los heavies son muy cerrados a cualquier otro estilo, que si los fans de estrellas del pop están especialmente pirados, que si lo-peor-de-lo-peor está en el k-pop…), o en un artista concreto (los “little monsters” siguen sin quitarse ese sambenito a ojos del público general), o puede que también te digan que el nivel de adoración extrema de los fans ha surgido con Twitter (cierto vídeo mítico de fans de Take That está en desacuerdo con esa afirmación, y podríamos irnos más atrás en el tiempo).
“Sí es cierto que Internet lo hace más fácil, no solo porque puedas organizarte alrededor de una idea positiva como “Beyoncé es maravillosa”, sino también porque pueden organizarse alrededor de la oposición, “Los fans de Rihanna son basura””, comenta el escritor y colaborador de The Atlantic Derek Thompson en el extracto de su libro ‘Hit Makers’ que reproducen en Refinery29, “Internet les ha dado a los fans un lugar estupendo para juntarse, pero también canaliza su rabia, su desesperación y su resentimiento”. Ni Internet ni las redes sociales son, por tanto, el problema, pero sí resultan una herramienta que puede amplificarlo y hacer que, aunque por supuesto los fans pueden ayudar a aupar a un artista a través de las redes (los hashtags son un ejemplo), también pueden servir para acosar a quienes digan algo malo de ese artista (tenemos el ejemplo reciente de Wanna Thompson y Nicki Minaj), o contribuir a que caiga mal sin pretenderlo, por simple asociación, perjudicándoles ante los ojos de un público más maduro.
Mención aparte merece lo que pasa con la mayoría de cantantes femeninas. “Parece como que no quieren que haya muchas tías triundando, como que siempre tiene que haber una reina, ¿no?”, comentaba Mala Rodríguez hace poco, sobre los enfrentamientos que los medios (y la propia sociedad) fuerzan entre mujeres que están triunfando… y en los que el componente fan también influye, como apuntaba Thompson al elegir a Beyoncé y Rihanna para su metáfora (tuvieron que negar rumores de enemistad alimentados por la prensa). A veces los fandoms acentúan el feud que se haya creado -con frecuencia haciendo referencia al físico y la edad de las cantantes-, y otras veces son los propios seguidores los que extrapolan sus batallas a las artistas. Así, la mítica pelea entre little monsters y madonniers partía de un enfrentamiento verídico (aunque llevándolo al extremo), pero también está próximo el caso de los fans de Beyoncé con Emma Watson, teniendo ambas que aclarar que no existía ningún problema por más que sus seguidores insistieran. También en nuestro país y de forma reciente es curioso el empeño, por una parte de sus fans, en enfrentar a Amaia con Aitana, despreciando a la primera para destacar los logros de la segunda y viceversa… cuando no podría estar más claro que son bastante amigas.
De hecho, el fandom de OT 2017 ha sido uno de los mayores fenómenos nacionales surgidos en los últimos años, con un sub-fandom para cada concursante. Pero lo que empezó como una bonita comunidad de seguidores ha acabado adquiriendo muy mala fama, y ahuyentando incluso a espectadores del concurso. Esto se ha achacado mucho a las “cepedistas”, especialmente debido al acoso sufrido por Vicente, ex novio de Aitana (en un caso de intromisión en el ámbito privado-sentimental que recuerda a lo sucedido con Pete Davidson, el prometido de Ariana Grande, que llegó a cerrarse la cuenta de Instagram el mes pasado), pero lo cierto es que no es exclusivo de los fans de Cepeda: este sector de fans tóxicos se encuentra también en el fandom de Alfred, de Miriam, de Raoul, o de las mencionadas Amaia y Aitana, y del resto de sus compañeros. Muchas veces estos comportamientos online no se centran en atacar a otro compañero, sino al propio artista, como pasó con la propia Aitana cuando sacó ‘Teléfono’ y muchos tuiteros se rieron de lo mala que les parecía la canción, mencionando el perfil de la catalana, que, a juzgar por lo que tuiteó horas después, había visto esos comentarios, como le pasó a Marina Diamandis.
“Hay una cultura fan de degradar a la gente en Internet que no me gusta nada. Llevo fuera de las redes sociales tres meses porque sufro depresión, y los comentarios negativos me afectan muchísimo”, decía Diamandis en otro de los tuits que componían el enfado del que hablábamos antes. “Lo entiendo, y problabemente si hubiese tenido Twitter de adolescente yo habría hecho lo mismo. Pero los artistas sí que ven vuestros comentarios, cada mañana y cada noche, y los fans se engañan a sí mismos si creen que eso no constituye acoso solo porque es online”, zanjaba la intérprete de ‘I’m a ruin’, que recientemente ha anunciado que su próximo álbum lo sacará bajo el nombre de “Marina”, sin los “diamantes” que representaban a sus fans. La galesa ha aclarado que no se trata de un enfado con sus fans, sino de que quiere ser tratada “como un ser humano, no como un personaje”. Y es que, si bien es cierto que muchos sueltan auténticas burradas en redes sociales a famosos porque piensan que no lo van a leer, a otros les daría igual que lo leyesen, porque piensan en el artista, como decía Marina, más como un personaje, una celebrity, no como una persona más. En conclusión, ni Internet, ni Twitter, ni por supuesto los fans en general, son los culpables de que todas estas cosas ocurran, pero el caso es ese, que ocurren, y cada vez con más intensidad. Y cabe preguntarse: ¿hemos llevado demasiado lejos esa “protección” que queremos darle a nuestro artista favorito? Incluso, como ocurre con el aspecto posesivo del amor romántico, ¿estamos confundiendo esa pasión con un sentimiento de que el artista en cuestión es tan “nuestro” que nos pertenece?