En un célebre plano secuencia de ‘Uno de los nuestros’ (1990), el personaje que interpreta Ray Liotta entra en el Copacabana neoyorquino por la puerta de atrás: recorre los pasillos saludando y dando propinas, atraviesa la cocina como si estuviera en su casa y sale a la sala de fiestas, donde le ponen una mesa a pesar de que el local está lleno. Siete años después, Paul Thomas Anderson homenajea esta secuencia en la fabulosa escena de apertura de ‘Boogie Nights’ (1997), una de las presentaciones de personajes más extraordinarias de la historia del cine.
Rodrigo Sorogoyen, declarado admirador de Scorsese y Anderson, ha hecho en el comienzo de ‘El reino’ su particular homenaje a estas dos secuencias. Manuel López-Vidal, el político que interpreta de forma sensacional Antonio de la Torre (a quien después de seis nominaciones este año no se le escapa el Goya a mejor actor principal), entra en un restaurante de playa por la cocina, coge una bandeja de carabineros como si estuviera en su casa y se reúne con sus colegas de partido en la mesa donde están comiendo. El virtuosismo de la puesta en escena junto a la música techno de Olivier Arson (ex McEnroe), que acompaña toda la película de forma estudiadamente machacona, crea un contraste muy sugerente con ese costumbrismo casposo de comilonas de políticos autonómicos pagadas con tarjetas black.
Esta primera secuencia de ‘El reino’ se puede leer como una metafórica declaración de intenciones: la puerta de entrada a la cocina de la política española tiene forma de mariscada en un chiringuito valenciano. Tras la policíaca y callejera ‘Que Dios nos perdone’, Sorogoyen ha hecho ahora un vibrante thriller político de pasillos y despachos, una película de ladrones con los dedos manchados de gambas, que pasan del “te quiero un huevo” al no “me toques los cojones” en lo que tardan en acabarse una paella.
Las referencias a los recientes casos de corrupción son obvias, sobre todo a la trama Gürtel. Sin embargo, el director no lo utiliza como simple diana de dardos, sino como recurso narrativo, como una manera de ahorrarse explicaciones farragosas e innecesarias (todos más o menos las conocemos) y centrar la acción del filme en lo que realmente le interesa: por un lado, narrar la intimidad de un político corrupto y su lucha por salvar el culo; por otro, poner al espectador en una posición moralmente incómoda al intentar que nos identifiquemos narrativamente con el despreciable protagonista.
Que el discurso esté al lado y no delante (ni muy al fondo), es una de las decisiones más acertadas de la película. Por eso, cuando al final el mensaje aparece en primer término a través de la presencia de una periodista a lo Ana Pastor (que interpreta con sorprendente torpeza la habitualmente estupenda Bárbara Lennie), ‘El reino’ se convierte en lo que no había sido hasta ese momento: una película sobrexplicada, verbalizada y subrayada con boli rojo. Esto, y algunas interpretaciones que bordean la parodia histriónica (como la de Luis Zahera en la secuencia del balcón), ensucian un poco la que ya es, sin duda, una de las películas españolas del año. 8.